CUANDO LA OSCURIDAD FUE EXPULSADA
Al mundo lo envolvió la tristeza, no habÃa sonrisas en los labios. El gris lo invadió todo. Los prados marchitos por las heladas hicieron desaparecer el verde. Durante el dÃa las calles reverberaban golpeadas por los rayos del sol. Los que discurrÃan por la ciudad iban mudos, con la mirada extendida sobre el suelo, con andar cansino. Se fugaron los abrazos, el chocar de las manos, las aglomeraciones en los restaurantes y bares, la alegrÃa de otros dÃas quedó amordazada, el chocar de las copas y los vasos se hundió en el recuerdo. Cayó en el silenció la algarabÃa en torno a las mesas, el sudor de la danza se esfumó. Los timbales, las trompetas y las guitarras acallaron el retumbar de sus notas.
A las montañas se las veÃa tristes. La monotonÃa persiguió a los caminantes cuando corrÃan, el polvo se habÃa comido el verde que bordeaba la vereda de los parques y bosques. Murió la primavera, en los jardines no quedó una sola flor. Los perros escondieron la cola entre las patas, los pájaros dejaron dormir sus trinos y huyó el cacarear de las gallinas. El silencio azotaba los tÃmpanos de los pobladores de la urbe.
Todo aconteció un dÃa cualquiera y cada uno corrió a guarecerse dentro de su casa. La angustia se hizo dueña de los corazones. A través de las ventanas veÃa venir el derrumbe. El tiempo los aprisionó. Las paredes se los estaba engullendo, la rutina se convirtió en cansancio, querÃan salir a la calle y ver caras nuevas, encontrar algo que les trajera el recuerdo de la alegrÃa. Pero pasaron los años y nada era claro, los dÃas mustios se sucedÃan unos a otros. La urgencia oprimÃa, necesitaban respirar otro aire, era imperioso ver rostros asà fueran ceñudos o cabizbajos.
La inseguridad se entronizó. La maquinaria a medio andar y la desocupación vació las cuentas de ahorros. Tener los bolsillos limpios desesperó a muchos que salieron a buscar con que quitar el hambre, asà fuera escarbando en la cartera del vecino. Las basureras fueron lugar de abastecimiento. El suelo de las aceras se llenó de durmientes, no tenÃan con que pagar la renta. Unos pedÃan, otros se lo rebuscaban a la brava.
El reloj seguÃa su carrera furibunda, la ciudad sometida a su suerte, las autoridades fueron incapaces de controlar los estropicios, la fuerza de la tragedia los avasalló. La urbe se convirtió en una selva, lanzarse a la calle era una aventura. El abatimiento inducÃa a correr el riesgo, muchos lo intentaron, pero los paró la zozobra.
JoaquÃn salió una mañana, decidido a llevar a cabo lo que le predicaron sus sueños nocturnos. Se propuso lograr que la gente descubriera de nuevo los colores, los sonidos y el olor de la ciudad. Plantado en una esquina pintó un poste de verde, le puso ramas y frutos. Algunos pájaros se posaron en las primarias, cerca al floreciente árbol, y con sus trinos deshicieron el silencio. Los pinceles escalaron las paredes y pintaron nubes, un arco iris, los zócalos con color rojo y amarillo y sobre las aceras rÃos cargados de vida. Sin desmayo lo hizo de cuadra en cuadra. Los perros batieron su cola, dando saltos y ladridos de alegrÃa.
JoaquÃn estrechó las manos de los transeúntes, hubo sonrisas y alborozo fundidos en un abrazo. Acuchillaron los protocolos y los miedos; las caras festivas siguieron el recorrido de las brochas, que esparcÃan los colores en los barrios, los balcones, las fachadas, mientras se escuchaban las palabras amigo, amor, bienvenido. Se vieron otra vez las caricias y se oyó el chasquido de los besos. Los ojos miraron a los ojos.
En las tardes los parques se colmaron, los niños jugueteando en las bicicletas, los padres detrás de un balón evadiendo al contrario para anotar un gol, en los bares se volvió a sentir el chocar de las copas, las carcajadas en los corrillos, el chismorreo en las mesas. La gente no quiso trabajar y estudiar más de seis horas, el resto del tiempo les pertenecÃa, no hubo lugar a transacciones, decidieron sacar lo que se aplazó por mucho tiempo y realizarlo. Las casas se llenaron de canciones, escritos, poesÃa, las paredes cargadas de óleos y acuarelas. En los jardines la grama se tragó al polvo. El arco iris se apoderó de la ciudad, el sol no hostigó a los transeúntes, los colores se metieron en la bandera y nunca más dejaron que el miedo les hurtara sus caminos.