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Culebrones de pago - Amílcar Barça



Hoy, no voy a hablaros de las series de TV, sino de quienes las escriben, en resumen, de los escritores.

Reconozco que tienen un don del cual carezco: imaginación para urdir tramas, en su mayoría, de maldad. Ya escribí en mi blog que los escritores eran unos asesinos en potencia. (Copio la entrada y así tengo que discurrir menos). Todos lo somos, pero ellos lo son con premeditación, alevosía, nocturnidad y desprecio de sexo. Y viendo muchas películas y series de TV, uno se da cuenta que son una fuente inagotable de enseñanzas para quienes deciden llevarlas a cabo en la realidad.

“Sin duda son, posiblemente, los que más muertos han causado. Del mismo modo que yo en mis momentos de siesta e insomnio, cometo actos inconfesables, los hay que en silencio y en la intimidad, pergeñan las mayores atrocidades y de la manera más retorcida. Luego se disculparan, ante sí mismos, echando la culpa al maestro armero de todas las villanías y crímenes cometidos; eso sin contar los que, por inducción, deberían serles adjudicados.

Y es que las series de TV son una universidad a distancia de lo más fecunda. ¿Quién no ha oído alguna vez el comentario de algún espectador en referencia a los delincuentes, quejándose de que "así aprenderán bien como tienen que hacerlo"?

Los guionistas, deben ser seres perversos y retorcidos. Una persona que no esté llena de traumas y resabios, no elucubra tantas depravaciones y tantas formas de ejecutarlas.

¿Y qué son los guionistas? Escritores, gente bohemia donde las haya que solo piensan en maldades y perrerías. ¿Acaso Agatha Christie era una venerable ancianita? Nooooo, era una asesina en serie que con mil argucias distintas asesinaba a ciudadanos para acabar sirviéndose del detective Poirot y quedar como una reina.

La lista de estos pérfidos personajes, es demasiado larga como para enumerarlos a todos. Arthur Conan-Doyle, creador de Sherlock Holmes, tenía razones de peso con que argumentar sus crímenes: era médico. La de argumentos que adquiriría ejerciendo su profesión y sobre todo haciendo autopsias. Con razón su personaje adquirió tanto renombre: el doctor Watson, su hijo literario, no fue sino una extrapolación personal hacia el personaje de ficción.

No hay duda de que, en la soledad de una habitación con un wiski a mano, un cigarrillo en la comisura de los labios, papel y pluma -en otros tiempos- o un teclado siempre dispuesto, los mayores asesinos en serie han quedado impunes y para más inri, algunos han acabado millonarios y llenos de honores y galardones. Sus víctimas, en la mayoría de los casos, en una fosa común. No hay derecho”.

Ya tenía escrita mi participación –he dejado de escribir chorradas y solo me mueve el reto de cada mes, aunque un día sí y otro también pierda los impulsos de hacerlo- y he decidido cambiarlo. Me he conectado a Netflix, previo pago pues tiene un candado con siete llaves, por razones que ni yo mismo sabría explicar, y estoy viendo una serie –norteamericana por supuesto- que se llama “Sucesor designado”, protagonizada por un actor que me gusta: Kiefer Sutherland. Él sin duda fue la llama que prendió la mecha.

Uztedes vuzotros, que diría la inmortal Lola Flores, la mayoría viven en América por lo cual desconozco si lo que vemos aquí, o viceversa, está disponible en ambas orillas.

Esta serie me enganchó desde el primer momento y me ratificó en mi opinión sobre los guionistas/escritores: comienza con la voladura del Capitolio en Washington, y muere todo el gobierno y los congresistas y senadores. Solo queda uno, Secretario de la Vivienda, que había sido despedido esa mañana por el Presidente y previamente designado sucesor. No voy a hacer un spoiler como creo le llaman ahora, pero sí que os diré que hasta el episodio 20 se mantiene el suspense. Luego, en una nueva temporada, la trama se desliza por nuevas iniquidades aflorando nuevos personajes y escenas.

A mí ya no me entretiene como antes, por lo que seguramente dejaré de verla como me ocurrió con La Casa de Papel, serie autóctona. En esta el guión flaquea pues presenta situaciones parecidas a lo que nos ocurría cuando de críos escuchabas en la radio cantar a Joselito en una emisora y moviendo el dial lo percibías en otra a miles de kms. de distancia. ¿Cómo puede estar en Zaragoza y Madrid al mismo tiempo? Cándida ignorancia.

The Crown, con personajes históricos, relata los avatares de la corona inglesa tras declinar la estrella de Eduardo VIII. La he visto completa.

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