¿Desconocido, nos auto-recargamos?
El instinto me lleva hasta un jovenzuelo.
‒ Hola, ¿puedo darte un abrazo de luz? no recuerdo el último, lo necesito, me ayudó tanto…
‒ ¿Qué es eso?
‒ Una inmensa paz curativa.
‒ ¿De verdad?
‒ Si ‒ musito con una leve sonrisita ‒ una mujer juntó nuestros cuerpos prendiendo la luminiscencia en mi corazón y micro-orgasmos en el cerebelo. Nunca imaginé poseer semejante tesoro.
‒ ¡No me digas!‒ suelta entre receloso, incrédulo y atraído.
‒ Fue mágico ‒ resuelvo con añoranza y ganas de apapacharlo. Me contengo cerrando los ojos con las pestañas preñadas del antojo.
‒ Venga ‒ contesta convencido.
Abrazándolo por el costado apoyo el rostro contra su pecho. Enlazo los dedos en su espalda pensando: “menos mal que está delgadito, con estas manos tan cortitas hubiese sido imposible abarcarlo”. Echa los brazos por encima de los míos, a la altura de los hombros, debido a su estilizada silueta de jirafa. Vuelve el dibujo de la risueña mueca, ahora acompañada.
‒ No hables ‒ insinúo apretando un poquito. Un halo traspasa mi ser irrumpiendo en su espíritu. En el silencio se escuchan latidos, vibraciones, afecto… conexión.
Seguimos anudados y al soltarnos el iris de los ojos lo dice todo.
‒ ¡Jamás habían traspasado mi alma así, han sido fuegos artificiales despertando mi niño interior!
‒ Al verte presentí que tu llama derretiría las rejas de nuestras esencias.
La atmósfera chorrea ternura garrapiñada…
‒ ¡Qué suerte encontrarnos en la vereda de la alegría!‒ afirmamos.