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Días felices (CL3) - Esther - (R)




Aquella mañana desperté con una melodía desconocida. Alguien detenido frente a mi ventana escuchaba música. El piano insistía en notas que me hablaban de lejanas emociones, de incipientes sentimientos, de curiosidades infantiles. Esa alegría de vivir, amor por la naturaleza, sentir la esencia de las cosas sin comprender...La sencillez y modulación del sonido me transportaba a la casa de mi abuela en el campo...Días de sol radiante, de libertad, de júbilo...

Antes de llegar, encontraba los trigales con su danza rítmica, meciéndose al compás de un agradable susurro. Cuando mi padre abría la portera, me bajaba con él.

Mis ojos querían abarcar el ondulado paisaje. Era imposible. Solo enmudecía y miraba.

En la colina, entre árboles frondosos, ¡la casa de paredes blancas!

En el jardín, vestida de negro, la abuela. ¡Qué abrazos! ¡Qué besos! ¡Qué ternura!

—¡Al fin llegamos, abuela! Te traje estas flores para el retrato del abuelo.

—Gracias, qué bonitas y qué aroma. Hoy hice los bollos con crema, que tanto te gustan.

—¡Qué ricos!

—Enseguida preparo el café con leche. Vamos a la cocina.

Mis padres llegaban de mañana y se iban de tarde. Algunas veces lograba que me dejaran con la abuela bajo mil recomendaciones, para venir al otro día a buscarme.


Con ella y la tía, traíamos la leña para el fuego y sacábamos agua del pozo. Ella preparaba la comida con carne y verduras de la chacra, que mis tíos plantaban.

El cielo azul, los animales, el campo verde, todo paresia salido de un cuento. Me gustaba, me sentía feliz, corría, saltaba...

Por la noche, en el dormitorio, asistía a la danza de las sombras, cuando la luz de la vela las proyectaba sobre la pared, temblorosas y enormes. Entonces mi imaginación creaba historias que me producían sentimientos encontrados, cargados de misterio...


A la madrugada, los gallos comenzaban a cantar de manera que parecía un concierto. El primero desplegaba sus alas y golpeaba fuerte contra el cuerpo, para soltar luego las notas con arrogante gallardía. Sin hacerse esperar, seguía un despliegue sonoro con un canto y otro, que se dispersaba en la lejanía…

—Abuela, ¿por qué los gallos cantan así ?

—Porque anuncian que viene el día.

— Ellos, ¿cómo saben, si ahora es de noche?

—Bueno,... serán las estrellas que les avisan,… porque están tan altas que ven todo.

—¡Por eso yo quiero ver cómo se va la noche y viene el día! En el libro de lectura hay un dibujo muy bonito y el cielo tiene muchos colores, antes de salir el sol.

—Sí, ahora vamos, dijo, mientras se incorporaba.

Se oía el tic tac del reloj despertador. Miró la hora. Quedó sentada pensando...Después tomó las medallas que colgaban de su bata de dormir, las besó y comenzó a rezar.

Yo observaba el movimiento de sus labios con los ojos entrecerrados. Hacía esfuerzos por oír sus palabras en secreto, pero no podía comprenderlas. Me conformaba con guardar silencio, mientras aspiraba el olor a sol de las sábanas de lienzo lavadas en el arroyo.


En el patio se sentía el aire fresco y el gorjeo de los pájaros era sorprendente, unido al cielo que estallaba en colores...Mis ojos, mis oídos, mi piel, estaban colmados de sensaciones nuevas, que me hacían vibrar de emoción. Enseguida se veía asomar el sol. “¡Qué lindo, cómo voy a dibujar en casa, ahora que veo todo de verdad!”

La abuela mientras tanto en sus tareas, dando de comer a los animales, encendiendo el fuego, preparando el pan casero para el desayuno.

—Abuela, ¡qué obedientes son los pollitos cuando los llama la madre para comer!

—Sí, los llama no solo para comer, cuando se alejan mucho también los cuida.

—Me gusta mucho estar acá. Cuando mi hermanito sea más grande, vamos a quedarnos los dos.

— ¡Claro que sí! ―dijo con una sonrisa y me dio un beso—. Yo me siento muy contenta con la visita de mis nietos.

¡Así de buena y cariñosa era ella!

Luego hice una rayuela en el patio, que era un poco desparejo, pero se podía jugar sin problemas. Comenzaba saltando despacio. Después más y más rápido. De pronto salté y ¡me torcí un tobillo! ¡Qué dolor! ¡Con los gritos se asustaron hasta los pájaros!...

Pero, la salmuera tibia, los besos, las caricias de la abuela y aquella frase mágica: “mañana será mejor no caminar”, repetida como el canto de los gallos, fue mi salvación...

Cuando vinieron mis padres, estaba sentada con la pierna en alto, feliz, como si nada hubiera pasado.


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