El jueves santo del año 1518 de Nuestro Señor un asno pardo, miembro de la expedición española a la zona maya de Potonchán, se alejó de la caravana, contento de ver el nuevo mundo. Y tanto era su gusto que sin darse cuenta se internó en el bosque tropical. El muy burro se extravió en la despiadada vegetación que parecÃa brotar de todos lados, asfixiándose a sà misma en una orgÃa de tentáculos trepadores y apretadas redes con espinas y con flores que convertÃan a los árboles jóvenes en momias verdes.
Desorientado, el burro trotó sin rumbo y las enredaderas le arrebataron la carga que llevaba sobre el lomo, compuesta mayormente de mantas blancas con sarampión; y corrió ligero entre los chillidos melosos de las alimañas que fornicaban y se devoraban unas a otras. Aturdido por la sed y con los ojos entrecerrados por culpa de los insectos que aleteaban contra su rostro, el muy asno se adentró en la primera brecha que se abrÃa en la espesura, sin percatarse del par de ojos atónitos que lo oteaban tras la yerba.
El jumento terminó en un túnel de lianas y helechos y broza podrida y empantanada que apestaba a tumba de muerto fresco. Caras de ojos diminutos y brillantes se asomaban de los troncos, entre las hojas y bajo las raÃces de los árboles, mientras el burro cruzaba una maraña de matas y yedras de tallos leñosos. Mimetizado en las ramas de un pitche, un jaguar negro mate como el carbón, observaba al borrico con la paciencia de un reptil, la cola recta; cuando un par de changos empezaron a saltar y a gruñir como posesos; el jumento levantó la mirada. Los ojos del felino destellaron y el asno rebuznó con fuerza: hiaaaaaaaaaaaaaa, hiaaaaaaaaa, hiaaaaaa.
Despavorido, el jaguar salió disparado del pitche tan rápido como un truco de magia. Cientos de aves desquiciadas extendieron y agitaron sus alas al viento. La algazara agónica de los grillos y los chirridos de las chicharras dejaron de oÃrse, hasta los enormes sapos uo much enmudecieron. Todo por el miedo que les suscitó aquella criatura cuya garanta parecÃa ser cimbrada por el trueno.
Hiaaaaaaaaa, hiaaaaa, el asno volvió a rebuznar, y el jaguar huyó, temeroso, a través de la mudez casi absoluta de la selva. Pero el burro, envalentonado, apresuró el trote sin darle tregua, hasta que el felino desapareció en la oscuridad de una gruta, surcada de luciérnagas.
Una alharaca de guacamayas reveló el escondite del jaguar y los rebuznos del burro revotaron en las húmedas paredes de la cueva: hiaaaaaaaaai, hiaaaaaa, hiaaa. El corazón del felino empezó a latir como un tambor destemplado. Hiaaaaaaaa, hiaaa, volvió a rebuznar el asno, hiaaaaaa, y pateó al jaguar con todas sus fuerzas, hiaaaaaaaaa. Entonces el felino se dio cuenta de que el burro no era la bestia temible y poderosa que habÃa imaginado.
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