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El camino de las frases - MT Andrade- (R)



Del bolsillo de la salida de baño tomo el Kindle y elijo una reposera. A las 21 horas, como todos los viernes, por la emisora del pueblo, debo narrar durante esa media hora, que en muchos hogares acompaña a la cena, un cuento fantástico.


Afuera observo las anacahuitas inclinarse y enderezarse, remolinear, detenerse algunos segundos para volver a comenzar. Mi alma siente frío a pesar del calor intenso. Cierro la puerta.


Me había propuesto recorrer un camino personal siguiendo un cuento que leía. Serían episodios que resumiría en párrafos yuxtapuestos, el proyecto y el cuento. Al leerlo para la emisora armaría el texto completo.


El héroe, en su camino recorrería una a una las frases, el final estaba aun pendiente.


Algunos truenos comenzaron a escucharse



7:00 Es la hora en que debo llegar, aunque las clases comienzan a las ocho y el profesor no llega antes de y cuarto, si se quiere un buen lugar se debe llegar temprano, y nada de salir. Demasiados estudiantes en los primeros años. Siete y cuarto solo encuentras un lugar sentado en el piso del pasillo, con las piernas estilo buda, los libros sobre ellas para que no te lleven por delante quienes ingresan. +++ En el cuento el protagonista, delgado, alto, detenido en la comisaría de Tala escribía en su libro de bosquejos: aprovechando la llegada de una autoridad, escapa recorriendo largos y fríos pasillos.


Es el momento de las prácticas. Me corresponde un servicio en la periferia. He elegido la opción familias porque, en estas zonas, dedicarse a penal es cosa de locos. Los problemas son los mismos en todos lados. Me refiero a problemas entre las personas, a ese odio que genera el pleito. Aquí se limita a una simple pensión alimenticia, que ayuda a vivir a uno y desangra al otro, ya que lo que hay nunca alcanza. En otras zonas pelearán por una autorización para viajar al extranjero… +++ En el cuento, el flaco espera, ve descender un anciano que se apoya en un bastón, lo ayuda y agazapado, sube por la parte trasera al ómnibus. Permanece sentado en el escalón. Ve pasar los suburbios. Un agente policial lo ha visto.


El juez pide mi número de carnet profesional. Me siento importante, y lo soy, una pieza decisiva en un pleito que muchas veces es solo por eso. Es una extensión de lo que antes fue discutir para poder decir «yo tenía razón, o lo embromé». Me dirijo al juez con mucho respeto, aunque para mis interiores diga algo diferente: «señor juez, no le parece que podríamos pedir una prórroga que pueda facilitar el diálogo entre los participantes». Imagino que sonó la campana y ambos boxeadores caminan hacia sus rincones, los segundos comenzarán por arrojarles un poco de agua fría. +++ Desciende del vehículo, es perseguido, golpea al policía, le quita el arma y la billetera con unos miserables pesos. Ya no está tan indefenso.


Idas y venidas entre juzgados, demasiados expedientes. Un cliente fuerte, adinerado. Demandado y demandante no se saludan. Los abogados sí, nunca sabemos quien será nuestro cliente en los tiempos venideros. +++ Se sube la capucha, se coloca un tapabocas y va cargando en el carrito algunos sándwiches, agua, tequila gold, y una mochila. Muestra el arma al cajero y le indica donde acomodar el dinero. Camina unas cuadras y repite el procedimiento. Sube a un ómnibus, ahora por la puerta delantera, paga y se sienta tranquilamente.


Nuevamente ante el juez. A mi lado un abogado da su número. Se discuten cosas que no comprendo del todo. Me han dicho que no mencione hechos que me parecen importantes. ¿Cuál es la causa de jugar a esconder?, de decir y de no decir. +++ Adquiere una chaqueta larga con capucha y un pequeño bolso de viaje. Ingresa al terminal de ómnibus, solicita un boleto hacia las termas de Guabiyú.


Me veo otra vez frente al inspector. Intuyo que conocerá la veracidad de mi declaración antes que comience a hablar. +++ Busca un apartotel, no ha refrescado, camina hacia la piscina, observa las anacahuitas estáticas.



La lluvia ha amainado. Espero la llamada de la emisora. Del cuento no quise leer el final. La puerta se abre de golpe. Suena el timbre del teléfono:


—Estimado lector, perdón, estimado oyente… se hace un silencio… Yo no debería estar aquí y en mis manos obra un texto que parece mi historia, pero no lo es. Voy a relatarles la verdadera, la que es un misterio, incluso para mi.

*





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