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El competidor - Lucho- (R)


Lo escondió en el fondo del cajón de su escritorio. Se sentó frente al computador y trató de replicar lo que había leído, no lograba aventajar lo escrito en ese legajo de hojas. Miró con desánimo hacia la lámpara que iluminaba el cuarto, sintió una gran desazón. Lo que fluía en su cabeza era confuso, falto de realismo y sus personajes sonaban falsos.

—¿Cómo lo habrá logrado? —se sintió de mal humor.

Cambió la música que sonaba en el tocadiscos por el concierto número uno para violín de Paganini. Era tal el virtuosismo que se vio obligado esforzarse en la búsqueda de una historia contundente, creíble, capas de envolver al lector. El demonio del violín, como fue apodado Paganini, debería traerle alguna idea afortunada. ¿¡Por qué no lo logro!?

—Espero que mi amigo no se haya enterado de que su cuento ha desaparecido y me pregunte por él. No sabría que decirle si me descubre. El concurso cierra en pocos días y creo que estaré en capacidad de manejar la situación. Sin que él participe, tendré mayor oportunidad de vencer, pero necesito que me fluya una buena historia y que mi pluma se inspire para contarla. —Se quedó pensativo frente al computador, dudaba de lo que había hecho, pero ya no podía arrepentirse— ¡Lo hecho, hecho está! —Miró hacia la pantalla y allí permanecía la hoja de word en blanco. Suspiró

Quiso volver sobre el legajo de papel que había escondido en lo profundo del cajón, pero no se atrevió. —dejaré que brote mi propia creación —se dijo, volviendo la vista sobre la hoja en la pantalla. Se sonrió, lo que había hecho, le parecía un chiste. Escribió varios renglones, imprimió y colgó la hoja con un alfiler en la puerta de su pieza, luego se paró bajo el dintel y comenzó a leer en voz alta. De un puñetazo la arrancó, la rasgó con furia, hizo un zurullo y la lanzó a la basurera. —Tengo que superarlo, no puede ser mejor que yo. Se que soy capaz —se sentó de nuevo frente al computador, borró los párrafos escritos y se quedó lelo mirando la luz brillante que salía de la pantalla.

Su amigo había publicado varios cuentos y eso le hacía perder la cabeza. No podía asentir que lo superara en algo, porque siempre se había considerado superior. Competía con él desde el colegio y cuando obtenía resultados inferiores se le hacía un nudo en la garganta, las lágrimas lo ponían a temblar y un malestar se apoderaba de su cuerpo. Cuando vio el manuscrito sobre la mesa de estudio en la casa de su amigo, le dio una ojeada, sin que él se percatara. Desde ese momento comenzó a planear como robarlo. Decidió ir un día en que no se encontrara en la casa, con cualquier disculpa, y valiéndose de la confianza que le tenía su madre, entró a la pieza y lo substrajo. En los días que antecedieron el concurso no hubo mención alguna por parte de su amigo sobre la pérdida del manuscrito. Lo invadió la duda: —¿Será que me robé otro cuento?

Dejó de lado sus elucubraciones y trató de concentrase en su escrito, pero su incapacidad lo mantenía nublado, nada brotaba y no sabía cómo inducir una buena parrafada. La hoja en el computador era un silencio. Su estado de ánimo no favorecía la llegada de ese impulso creador. —¡Tengo que hacerlo! Nunca he concebido un trabajo literario, pero eso no debe tener secreto alguno, se trata de dejar brotar esas imágenes que se vienen a la mente y ¡ya está! —fue categórico.

Pasaron los días y logró un escrito bastante extenso y eso lo animó a enviarlo al concurso. Quedó expectante, pero qué su amigo no hiciera mención a que su escrito se hubiera perdido lo mantenía desconcertado. Un día decidió sacarlo del fondo del cajón y leerlo —¡Es muy bueno!, pero el mío es más largo, voy a ganar —se sintió seguro.

La vida siguió con su trajinar diario y los dos amigos nunca hablaron sobre el concurso. Una mañana, a la hora del desayuno tocaron la puerta. Era su amigo cargado de emoción: —¡Gané, gané! —el otro se lo quedó mirando sin dilucidar de que se trataba— ¡Me gané el concurso de cuento! —No le quedó más que salir corriendo hacia el baño y vomitar—. Su amigo le preguntó: ¿estas enfermo?

Al día siguiente quemó el escrito que había escondido en el fondo del cajón de su escritorio.

*



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