Un día que me preparaba a escribir un relato para mi clase de literatura tumbado en mi viejo sofá, al sentarme sentí un fuerte piquete en mi nalga derecha: un resorte saliente se había incrustado en mi trasero como un alfiler. Fue tanto el dolor que me paré de forma intempestiva y, trastabillando, estampé mi cabeza contra el dintel de la puerta.
Ese día terminé en urgencias con diez puntos en mi testa.
“Qué irónico, pensé, cómo te puede cambiar el día en un instante”. Entonces recordé el chiste que solía contarme mi padre: ¿Qué es amarillo y se pone rojo cuando aprietas un botón? Mmmm…, no lo supe la primera vez. Las demás me hacía ver lo sádico que era mi progenitor, al imaginarme al pobre pollito dentro de la licuadora.
A partir de entonces, cada vez que pretendo escribir algo, prefiero robarme un manuscrito que sentir un piquete en “sana sea la parte”, una grieta en mi craneo y una cicatriz en mi alma.
—FIN—
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