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El Chaval

EL MANUSCRITO - El chaval- (R)



Son las seis de la tarde, y existe cierto nerviosismo en la sala de lectura de la biblioteca del barrio. Se están dando los últimos toques a los aparatos de sonido y micrófonos, cuando el muchacho que está en ello, le comenta a Maite, la conductora del Club que va al almacén a buscar algo como un alfiler grueso de cabeza redonda, para incrustar en una zona del aparato y que tenga más estabilidad de sonido.


En ocasiones, ha venido al Club algún escritor renombrado cuando se ha leído uno o varios libros suyos, y accede muy gustoso el ampliar detalles que profundizan en su lectura y datos personales sobre la satisfacción que produce esta profesión.

En el caso de hoy, es mucho más íntimo; se trata de una compañera del Club que tiene un manuscrito para entregar a su editor, que ha accedido gustoso de venir, y que hará acto de presencia en cualquier momento.


Se está haciendo habitual este procedimiento, porque el director de la pequeña editorial <<El Principiante>>, tiene una franquicia de una mucho mayor, de la cual recibe ayuda necesaria para editar a noveles escritores, y sabe de antemano que en el Club hay varios jóvenes que hacen sus pinitos en la escritura.



Adela, es una mujer joven, de veintitrés años, regordeta de cara con un carácter tan afable que es muy querida y apreciada por sus compañeras y compañeros –envidiada, en cierto modo-, al haber podido publicar tres novelas y presentar el manuscrito de una cuarta. En el intervalo de esta espera, Adela oye una voz detrás suya que le llama por su nombre. Se da media vuelta y reconoce a un compañero del Club.

—Hola Roque —gracias por venir, estoy de los nervios que me muerdo las uñas.

—Adela, no te preocupes —ya tienes experiencia, la contesta con sequedad.

Roque, es una persona de su misma edad que ha publicado tres libros, por su cuenta en una editorial similar a la de ella, de temas policiacos, pero no encuentra motivo ni idea para seguir escribiendo; esto le hace estar incómodo, serio, con semblante dado a la inseguridad; está en las antípodas del carácter y la forma de ser de Adela, -que admira-, pero hay algo que le reconcome por dentro.


Maite, pide silencio, y procede a la presentación del director de la editorial, y de Adela, que recibe aplausos y voces de cariño y ánimo.

El editor, en su salutación dirige su mirada a Adela, presentándola como una mujer voluntariosa, que va ganando el pulso a la escritura dándole el tono, la agilidad y el estilo que ya se ve en sus últimos escritos; porque estoy seguro que este manuscrito, que lleva el sugerente título de <<Yo seré la primera>> le dará el pase definitivo a la <<Gran Editorial>>.



Animo a los jóvenes presentes, —continúa el director— a que cojan el hábito de escribir; se por la señora Maite, que vuestras opiniones sobre libros tenéis una buena preparación de juicio crítico y que, en ocasiones, se ha tratado el tema de escribir cuentos cortos o experiencias personales. ¡Es necesario leer mucho! apostilla el director. Por lo tanto les invito a ampliar sus prácticas, que estaré a vuestra disposición para que puedan equipararse a vuestra compañera Adela.



Roque, sentado en las primeras sillas, el semblante se le pone de un color cerúleo, rezuma sudor en las palmas de las manos; se remueve inquieto ante las alabanzas y aplausos de la gente, que quieren saludar y abrazar a Adela. Entre ellos, él mismo, que abraza a la escritora, sin emoción, sin calor. Sobre el hombro de ésta ve el manuscrito sobre una silla vacía, y en un momento de descuido inexplicable por parte de nadie, logra ocultarlo en el bolsillo interior de su gabán, y aprovecha de inmediato para salir a la calle y perderse entre la niebla camino de su casa.


Perplejo, no atina todavía el comprender de su acción, y deambula por la habitación con el manuscrito en la mano “esto parece como un chiste, si es bueno ríes a carcajadas, si es al contrario, miras al autor como pidiéndole explicaciones; así estoy yo que no acabo de entender”.


Se va serenando y se acerca a la ventana, dejando el manuscrito en el dintel, sonriendo, como sabiendo ya, lo que tiene que hacer para despejar dudas. Se estira sobre la cama y mirando hacia la parte superior de la ventana, murmura, ”ahora volvemos a estar empatados Adela”.

*



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