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El sembrador (CL1) - Netogonzo - (R)



El cielo parece un especie de manto sucio que supura nubes rojizas en lo alto del monte Xiotepec. El suelo arenoso, de piedras filosas, le hiere los pies a cada paso que da. Murmullos de grillos, cotuchas y cenzontles adheridos a su mente le acompañan el andar. ¿Donde estarán? ¿Por donde vendrán? No lo sabe, abraza con fuerza aquello y sigue su camino.


El cansancio lo vence, se tira al suelo y levanta las piernas, siente correr el viento sobre las plantas de los pies y le sabe a gloria. Muele con dos piedras un poco de peyote y otras yerbas. Adhiere la masilla a sus heridas y poco a poco se adormece. Sobre su pecho, una lucecilla se asoma en aquello que mantiene abrazado.

Un estruendo de arcabuces escupiendo fuego lo trae de vuelta al mundo de los despiertos, se levanta agitado y corre a asomarse por el lado opuesto de la ladera. Ahí están ellos, han llegado más pronto de lo que creía, si quiere seguir vivo, mañana será mejor no estar ahí, así que corre por sus cosas y decide huir lo antes posible.

Se cuelga la bolsa de cuero a la espalda y pega contra su pecho la figura. Un sórdido grito de fuego lo alcanza y siente un pequeño artefacto caliente atravesando su espalda, un liquido tibio comienza a brotarle por ese hoyuelo mientras las piernas parecen perder fuerza. La vista se nubla, la respiración disminuye y poco a poco cae fulminado. No suelta la pieza, pareciera que esta pegada a su cuerpo.

—Acá está el maldito indio —grita uno de los tipos volteando hacia la ladera con el arma aun caliente en las manos. Los demás se acercan a verlo. Mientras tanto, en el suelo, una lucecilla destella en la figura cerca del pecho del hombre y este, repentinamente se levanta, abraza la pieza y emprende la huida a toda velocidad.

—¡Traed los caballos! ¡se escapa! —gritan los blancos enfurecidos.

Ha corrido algunos metros y no consigue mantenerse alejado de ellos, mientras lo hace se pregunta como es que sigue de pie, no tiene idea, solo sigue corriendo. Decide en su cabeza girar a la derecha, una pequeña luz parpadea en aquello y extrañamente sigue su camino girando a la izquierda.

Los blancos arremeten contra sus caballos, cada vez están más cerca del hombre, es necesario quitarle a toda costa lo que lleva con él, entregarla significa ganarse el aprecio de Hernán.

El camino llega a su fin, frente a él solo hay un pequeño montículo de piedra con algunos restos de vasijas de barro e infinidad de huizaches y mezquites que lo rodean. No sabe que hacer, el corazón le palpita desenfrenadamente y solo presiona con fuerza lo que lleva consigo.

Los jinetes llegan hasta lo que parece un pequeño sitio ceremonial, voltean a todos lados, no hay un solo rastro que indique donde se ha metido el hombre, inesperadamente una rama cruje justo al lado izquierdo del montículo, Eres hombre muerto-suelta uno de ellos, se acercan rápidamente y rodean el árbol.

Puede ver a los barbados aglomerados allí abajo, dos gotas de sudor le bajan por la cienes, se desliza un poco hacia atrás para tomar vuelo, inicia la marcha, corre a lo largo de la rama a toda velocidad, esta a punto de saltar, un destello en la pieza, la rama se rompe a pesar de ser bastante gorda.

El cuerpo del hombre va a dar trastabillado al suelo, no suelta el artefacto, los barbados se voltean sorprendidos y dan la espalda a los árboles, la figura destella nuevamente, extrañamente los mezquites y huizaches desprenden las raíces del suelo, comienzan a avanzar, en cuestión de segundos están justo detrás de los blancos.

Uno a uno los tipos son atrapados e inmovilizados por los vegetales y puestos frente al montículo, brilla la figura, el hombre se levanta del suelo, introduce las manos en su bolsa de cuero y extrae un puñado de semillas, las lleva a su boca, saca una cerbatana y comienza a disparar sin compasión.

Semillas con saliva quedan pegadas al cuello de los extraños, una luz se asoma en el artefacto y los granos se van introduciendo en los cuerpos. Extrañamente se endurecen y les brotan ramitas y espinas por todos lados.

El hombre se acerca al montículo y al fin suelta aquello, lo coloca en el centro del basamento y se aleja. El ídolo de oro suelta un destello y el silencio se apodera de Olutla…


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