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El árbol de los regalos- Esther "Keen"



Mi hermano pequeño lloraba porque había perdido un zapato que buscamos por toda la casa sin encontrarlo.

―Pablo, mirá estos, qué bonitos.

―¡No, no quiero, esos son feos! ―decía llorando, a la vez que agarraba con firmeza el pie descalzo.

Al oír los gritos vino mi padre, lo tomó en brazos y lo llevó a ver el perro que ladraba.

Se calmó, mientras Raúl, mi hermano de cinco años, le traía un martillo de madera con una mesita para colocarle las patas. Este juego le gustaba mucho, golpeaba fuerte hasta quedar de cachetes rojos. Se descalzó y fue donde Raúl jugaba con su camión, cargando y descargando arena.


Llegó mi tía Eva a ordenar, limpiar la casa, cocinar y a quedar con nosotros mientras mi padre trabajaba. Yo la ayudaba pasando paño en los muebles, secando los platos y los cubiertos, como mamá me había enseñado. De tarde venía mi amiga Gloria, que vivía con la abuela, a jugar en el patio a la rayuela y a la payana. Eso pasaba todos los días mientras mi madre estaba enferma en el hospital. Yo la extrañaba mucho, no decía nada para que mis hermanos no se pusieran tristes. Papá me dijo que ella estaba mejor, que volvería pronto, seguro que mañana pasará con nosotros la noche buena.


Al otro día, 24 de diciembre, un cielo diáfano, el aire limpio y tibio con olor a jazmines, me daban impulso para saltar y correr hasta sentir los latidos del corazón, tan fuertes como si quisiera salirse del pecho.

Luego de la euforia pensaba : ¡«cuántas cosas tengo para contarle a mamá»!

―¡Esta tarde viene mamá! —grité fuerte para que Pablo y Raúl se despertaran.

Los ayudé a vestirse. El más chico saltaba de contento, el otro cantaba.

Fuimos a desayunar con leche y pan dulce hecho por la tía. ¡Qué rico, qué aroma!


Luego mis hermanos fueron al patio a jugar y yo me escapé por la puerta del frente a la casa de la vecina Victoria, muy amiga de mi madre, para darle la buena noticia. Yo la quería mucho, siempre me invitaba al cumpleaños de su hija Rosita de ocho años como yo, pero que era sordomuda. Éramos amigas, nos entendíamos por señas. Me dijo su madre que pronto iría a una escuela especial para niños sordos donde le enseñarían a leer y a escribir.

Tenía muchos juguetes, sobre todo muñecas. A veces se enojaba cuando no le entendía algo y me los quitaba. Yo me iba y ella lloraba. Volvía, si estaba bien.

—Luisa, vengan un momento al comedor ―llamó la madre.

―¡Qué lindo el arbolito con luces y globos! ―dije sorprendida— nunca lo había visto.

—Es la primera vez que lo armo.

—¿Y esos paquetes con papel de regalo? ―pregunté con curiosidad.

―Son regalos. Si te fijas tienen escrito los nombres.

―¡Acá ... está mi nombre! ¡El de mis hermanos también! ―dije alegre y emocionada.

―Sí, esos son para ustedes, pero vamos a hacer una cosa: Yo te los doy ahora y con la tía los esconden. Después de la cena, cuando estén todos juntos los repartes. Eso sí, ni se te ocurra abrirlos antes.


Salí tan feliz con aquel paquete que ni le di las gracias a la vecina.

Con la ayuda de tía Eva guardamos todo en el ropero. Estaba deseando que el tiempo pasara rápido, que llegara mi madre para abrazarla y besarla, que mi padre regresara del trabajo. Después, ¡los regalos del árbol de Rosita! ¿Qué habría en cada paquete?

En el almuerzo papá nos dijo que de tarde traerá a mamá.


Cuando sentimos la bocina del Ford T, los tres corrimos a la puerta con gran algarabía.

Mamá nos abrazaba y besaba, nosotros también. Me fijé que a los dos les brillaban los ojos de felicidad. ¡Todos hablábamos a la vez, queríamos decir muchas cosas! ¡Saltábamos, gritábamos!


El tiempo pasó rápido entre cuentos y preguntas, mimos y caricias. La tía había dejado la mesa pronta para la cena, que fue temprano de la noche, como siempre.

¡Al fin, había llegado la hora tan ansiada! Fui al dormitorio y traje la sorpresa.

―¡Estos son los regalos del árbol de Rosita! ―dije, a la vez que entregaba a cada uno de mis hermanos un paquete celeste con sus nombres, apartando uno rosa para mi.

Enseguida comenzó la orquesta: Pablo con el xilofón, Raúl con la guitara y yo con la armónica que tanto me gustaba.

¡Qué noche buena inolvidable!

*



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