Entre adornos navideños- Vespasiano- (R)

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Dice mi madre que de bueno parezco tonto. La timidez me vuelve poco comunicativo. Mi carácter es serio y poco dado a las bromas, sobre todo en el trabajo. No tengo ninguna amiga con derecho a roce, ni hay noticias de que hubiera tenido novia alguna vez. Algunos conocidos sí tengo gracias a la práctica del senderismo que hago los fines de semana, pero ningún amigo íntimo o de la infancia por causa de haber vivido en diversas ciudades durante mi niñez y adolescencia.

Siento un gran vacío afectivo y las tentativas que he hecho por encontrar una mujer que me quiera, nunca han fructificado. Yo quisiera una persona amiga para compartir gustos y aficiones, pero el problema estriba en que estoy poco curtido en el relacionamiento de pareja.

El Centro de Asistencia a Personas Discapacitadas donde trabajo ha organizado una campaña de recogida de ropa, para montar una tómbola en esta próxima Navidad y me he ofrecido para seleccionar las prendas donadas que han sido almacenadas sin ningún criterio. Así que, cada día de este mes, después de la hora de cierre del Centro iré para ayudar en la organización. En esta campaña también van a participar miembros de otras asociaciones que quieren colaborar con tan buena causa.

...Aquel atardecer de diciembre bajo un cielo celeste las estrellas comenzaban a lucir. Ella andaba deprisa gracias a sus zapatos de tacón bajo y mientras caminaba recordaba cuando se separó de su marido, hecho que la hundió en la depresión y la soledad. Pero ahora se sentía feliz y había recuperado su autoestima. Llegó al local acalorada, se desprendió del abrigo y se dirigió como en días anteriores a revisar y clasificar la ropa de señora.

Hoy mis compañeros y yo hemos acabado de ordenar por tipo y talla toda la ropa de caballero, por eso no había podido coincidir con ella en días anteriores ni conocía su existencia.

Finalizada esta tarea, nos tocaba distribuir por el salón, donde se celebrará la tómbola, las perchas y expositores.

También colocamos en sitio bien visible la figura de un Papá Noel de abultadas dimensiones para que llamara la atención de los viandantes para que colaboren adquiriendo alguna prenda cuyo importe redundará en beneficio de los usuarios más desfavorecidos del Centro.

Fui designado para montar un gran árbol de Navidad, mientras otros compañeros marcharon para distribuir y colocar las figuras del Belén, que por justicia y tratándose de celebrar el nacimiento de Jesús deberá presidir el amplio y diáfano salón.

Ella preguntó al coordinador donde iría a colaborar aquella tarde.

Estaba centrado en mi tarea cuando se acercó una mujer joven, que amablemente se ofreció para ayudarme alcanzándome los adornos que iba a colocar en el árbol, y evitar así que tuviera que bajar y subir de la escalera en la que me encontraba. Agradecí su gesto, y acto seguido se presentó:

—Hola, me llamo Ana.

—Hola, soy Andrés, pero en casa me llaman “Pastorcillo”. Trabajo como administrativo. Este año he querido colaborar con la campaña ayudando en lo que sea posible. ¿Y tú, trabajas en algún Centro de Ayuda Social?

—Sí, he tenido suerte de que no me hayan despedido a causa de los recortes que la Administración ha estado aplicando en todos los Centros de Salud.

—¡Menos mal! —le dije alegrándome—. ¿Y por qué estás participando en esto?

—Pertenezco a una ONG donde dedicamos nuestro tiempo libre leyendo libros para distraer a personas mayores, o contarles cuentos a los niños en los colegios o en los hospitales cuando están enfermos.

—Debe ser muy gratificante, ejercer ese tipo de actividades.

—¡Sí! Siempre que hay una ocasión me presento para cooperar.

Entre bolas coloridas, luces intermitentes y muñequitos colgantes pasamos, sin sentir, el resto de la tarde.

Gratamente impresionado por la actitud solidaria de aquella bonita mujer, casi sin pensarlo, le dije:

—Si la cara es “el espejo del alma”, ¡me parece que tú debes ser muy buena persona!

Ella se sintió halagada y un intenso rubor encendió sus mejillas.

Percibí el mal trago que estaba pasando y le pedí disculpas por ponerla en ese aprieto.

Pero sonriendo me dijo:

—¡No te preocupes, no pasa nada!...

Después de un breve silencio incómodo, exclamó:

—Me gustaría que vinieras a nuestra organización; pienso que tú encajarías muy bien en el grupo y así tendríamos oportunidad de conocernos mejor.

—Iré encantado —le dije—. Y en mi fuero interno vislumbraba la felicidad que podría traerme el encuentro de esta tarde.

*

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