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Feliz Navidad- Marta Navarro



Faltaban dos días para Navidad y Berta aún no había escrito su carta. Ya era una niña grande y conocía el secreto de Papá Noel. Lo había descubierto por casualidad y todo había sido culpa de Guille. Un año atrás, la tarde que estaban decorando el árbol, su hermano se empeñó en jugar al escondite y, así, dentro del armario de los zapatos, había encontrado ella un montón de juguetes.

Berta no contó a nadie lo que había visto pero esa noche no logró dormir. ¡Cómo habían podido engañarla de esa manera! Y sobre todo ¡cómo ella no se había dado cuenta! ¡Qué vergüenza! ¡Con lo lista que era...!

La mañana de Navidad confirmó sus sospechas, aunque tampoco entonces dijo nada. Si sus padres querían mantener aquel embuste, sus motivos tendrían y no iba encima a ganarse una regañina por curiosear donde no debía.

Pero una cosa era ser prudente y otra que la tomaran por tonta. Por eso este año ni había escrito la carta ni pensaba hacerlo. Tal vez así papá y mamá confesarían.

***

Mientras tanto, en el Polo Norte, el viejo Noel se preparaba para el viaje. Trineo, renos, saco... todo parecía estar en orden, no olvidaba nada. Y sin embargo, justo en el momento de partir, cuando ya se despedía de Mamá Noel con un beso, una punzada de tristeza arañó su corazón. Dudó un instante, sintió como el hielo se resquebrajaba en pequeñas grietas a sus pies y fue entonces cuando comprendió lo que ocurría. Corrió de nuevo a su despacho −¡maldita sea!, ¡está sucediendo otra vez!, murmuró con impotencia−, regresó al cabo de unos minutos y se dirigió al almacén. Poco después estaba de vuelta con una caja enorme entre los brazos y una sonrisilla traviesa asomándole a las barbas. Colocó la caja sobre el resto de paquetes, sujetó a su tapa el sobre con un lazo y −JO-JO-JO− marchó a cumplir su misión.

***

Un alegre repique de campanas despertó a Berta muy temprano. Era Navidad y la ciudad festejaba el nacimiento de Jesús. Abrazada a la almohada, la niña no se atrevía a correr hacia el árbol como siempre hacía esa mañana. ¿Y si no había regalos para ella? No había escrito la carta y, a lo mejor...

⸺¡Berta, Berta...! −escuchó gritar a Guille, al fondo del pasillo.

Saltó de la cama y fue en busca de su hermano. El chiquillo no podía contener la emoción y ya había deshecho un buen montón de paquetes cuando ella entreabrió la puerta del salón.

⸺¡Mira qué grande, Berta! ¡Y pone tu nombre!

Bajo las luces del árbol, una caja celeste se bamboleaba a uno y otro lado con un desconcertante temblor −¿qué era aquello?, ¿era su regalo?− Buscó con la mirada el consentimiento de mamá, se acercó despacio y, al levantar la tapa...

⸺¡Ay!, ¡qué susto!, chilló dándose de bruces contra el suelo, arrastrada por una bolita lametona y peluda que se abalanzó de golpe sobre ella.

Se puso de pie entre carcajadas, sin poder creer lo que veía. ¡¿Un perro?!, ¡¿Papá Noel le había traído un perro?! ¡¿En serio?! ¡¿Ese cachorrito era suyo?! ¡Imposible!

Con el pequeño cócker aún enredado al cuello, rasgó el sobre que acompañaba a su regalo y empezó a leer:

Berta, querida niña, creces y comienzas a olvidarme. La ilusión es una magia poderosa. Poderosa pero frágil. Y tu corazón duda. Es inevitable. Pero, pequeña, no destruyas la ilusión, cuídala. Su fuerza rescatará tu alma de la decepción, aliviará el desconsuelo y hará florecer en ti nuevas esperanzas. No creas solo lo que tus ojos ven.

Cada vez que un niño pierde la fe y niega la magia, una esquirla de tristeza atraviesa el corazón del Polo. Lo agrieta y lo desgarra. Un efímero iceberg nace entonces de las aguas. Y, a la deriva, sin alivio ni consuelo, escarcha sobre el mar sus lágrimas de hielo.

Crees haber desenmascarado mi secreto. Tal vez sí. Tal vez no. Los milagros se esconden en lo inesperado y la capacidad de asombro es infinita. No renuncies al hechizo de este día, niña, el más bello, el más dulce y delicado, el más feliz entre todos los del año. Cede ante su embrujo y déjate apresar por su misterio.

Con amor,

Noel

P.D.: ¿Existe la emoción, la bondad, la alegría, la poesía, la ternura...? No las vemos pero están y, si alguna vez me necesitas, ellas te devolverán mi nombre.


Había comenzado a nevar. El cielo tejía, diáfano, su mensaje: «¡Feliz Navidad!»

***



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