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La entrevista - Lucho- (R)


Se asomó por la ventana que daba a la calle y vio como el viento barría las hojas, un hombre con una escoba trataba de amontonarlas, pero el viento jugaba con ellas. Las botas del pantalón del hombre se batían como una cortina. En un momento el sombrero salió volando y él partió veloz para recogerlo.

—Qué bueno, llegó la primavera, lo aburridor es ese viento odioso, cargado de frío, que lo pasa a uno de lado a lado. —Cerró la cortina y comenzó a arreglarse. Ya sabía que tendría que ir bien abrigada, no quería llegar tiritando a la entrevista que tendría esa mañana. Esperaba hacerse con el puesto de trabajo que se ofertaba en el periódico, ya llevaba varios meses desempleada y necesitaba conseguir dinero.

Se puso un vestido que le llegaba hasta un poco más arriba de la rodilla, medias veladas con tacón alto y tiró sobre la cama un abrigo. Se acicaló el cabello y se hizo los labios con un labial rojo. Se sintió nerviosa, miró con frecuencia el reloj y sabía que estaba corta de tiempo. Se paró frente al espejo, se plisó el vestido, pasó de nuevo el peine por su pelo y con el dedo índice de la mano derecha corrigió la línea dejada por el pintalabios. Se sintió satisfecha. Bajó al primer piso y se encontró con su madre que le había preparado un café y unas galletas con mantequilla. Comió con algo de premura, fue al baño se juagó la boca y de nuevo corrigió la línea de sus labios.

—Mucha suerte hijita —dijo su mamá mientras le daba la bendición.

—Me va a ir bien, no te preocupes —le dio un beso a su madre, salió y cerró la puerta.

Apresuró su paso, necesitaba tomar el bus que pasaba a las siete y media para estar a tiempo. Tenía que recorrer tres cuadras para llegar al paradero del bus y tan solo tenía cinco minutos. El viento menguaba su paso y le levantaba un pliegue del abrigo. El frío calaba sus piernas. Su pelo se movía llevado por el viento. Cuando me suba al bus me lo vuelvo a arreglar. Una leve lluvia la obligó a abrir el paraguas, pero la ventisca quería arrebatárselo. Miró el reloj y le quedaban dos minutos, tenía que aligerar el paso o perdería el bus. Atravesó una calle, corría más que caminar y se escuchó un chirrido de frenos y un pito. La gente se quedó mirando espantada.

Don Fermín llegó puntual al trabajo, tenía varios asuntos que atender entre ellos una entrevista para el puesto de asistente a la gerencia. Entró a la oficina, la secretaria llegó con un charol donde llevaba un café, el periódico y una agenda. Le leyó los compromisos que tendría ese día y salió hacia su cubículo. Don Fermín se sentó en la sala frente a su escritorio y comenzó a leer el diario. Primero fue a la página económica, miró a como estaba el cambio de la divisa, el comportamiento de la bolsa de valores el día anterior, luego leyó algunos titulares y se detuvo en uno que hablaba de los aranceles, renegó un poco. Terminado el café se desplazó hacia su escritorio, miró la hoja de vida que tenía en la bandeja de documentos importantes, detalló la foto de la mujer que aparecía en ella, le llamó la atención su juventud y belleza. Luego miró el curriculum con detenimiento e hizo un signo de aprobación con la cabeza.

A las ocho de la mañana don Fermín estaba expectante, atento al citófono para la llamada de su secretaria anunciando la llegada de la joven. Entre tanto iba ojeando algunos documentos. Pasaron diez minutos y llamó a su secretaria

—Qué pasó con la joven de la entrevista —se le notó molesto— ¿No llamó a decir porqué este retraso? Si así es el día de la entrevista que se podrá esperar después —masculló.

—Doctor, no ha llamado —respondió Isabel, nerviosa. Al medio día don Fermín salió de su oficina para cumplir una cita de trabajo con unos inversionistas extranjeros.

Llegó al restaurante con suficiente tiempo, se sentó en una pequeña sala de espera, donde había un televisor y miró las noticias. De pronto se puso pálido, vio la foto de alguien que había sufrido un accidente y le pareció conocida. Era ella, la joven que estaba esperando para la entrevista.

*





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