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LA LATA DE GALLETAS - Jeremías - (R)



En una antigua lata de galletitas, las tradicionales latas cuadradas con una gran ventana circular de vidrio, ella guardaba sus ideas y sus bosquejos más recientes. Es que los artistas son raros, sin duda, por algo son diferentes. Hacía seis meses que frecuentaba su atelier y a finales de diciembre asistí por última vez antes de las vacaciones. Ella hacía dos meses que estaba en Francia. La caja, como siempre, permanecía en el mismo lugar, al alcance de la mano de cualquiera. Antes de irme la introduje en mi mochila de campamento y partí. Luego olvidé todo el asunto.


Resultó que allí guardaba también los manuscritos de dos textos literarios. Una letra pequeña extremadamente prolija, como si su mayor interés hubiera consistido en dibujar un relato, no en contarlo. Las narraciones eran muy buenas, algo como no había yo escrito jamás.

Recordé como conocí a Lucía. Creaba un cuento para el taller de escritura y decidí situarlo en la ciudad vieja. Para hacerlo más veraz recorrí el lugar, como odio realizar anotaciones iba tomando fotografías; cuando, sin saberlo, tomé varias fotos del atelier. Ella me vio desde el interior y me invitó a pasar. Le comenté la causa de mis acciones y dijo simplemente que cuando el cuento estuviera pronto se lo enviara. Me dio una tarjeta. En Instagram comencé a seguirla.


Poco tiempo después asistía como un alumno interesado en el conocimiento de la expresión plástica. Mi real interés apunta al periodismo cultural y en ello trabajo.

Uno de los primeros días de enero tomé una foto de la ciudad, algunos yates, el cerro de fondo. Hermosa imagen. No había llevado pinceles, ni acrílico, ni bastidores, ni cartones grises. Nada. Dibujé en un block con tinta negra la imagen de la foto. Con mis doce años de escolar lo hubiera hecho mejor. Debía realizar algo más maduro, creía que eso equivalía a plasmar algo más abstracto, o menos entendible. Bueno, es claro, si no se entiende no puede llamárselo un mero dibujo infantil.


Pensé en que a la ciudad y al cerro los veía un pez. No imaginé un pez observando el paisaje, no hubiera sido real. Así que agregue en el primer plano una gaviota revoloteando. El pez o bien: a punto de huir observaba ese monstruo que se le acercaba, o por el contrario se trataba de un pez gordo y miraba detenidamente como se le acercaba el alimento. De fondo, sin que le prestase atención se veía la panorámica de la ciudad y el cerro. A lo que prestaríamos atención los seres humanos. Yo al menos.


Resultó una imagen interesante: un pez deformado con un ojo muy grande y el paisaje inmerso en el gran círculo de su iris.

Había avanzado desde mi dibujo foto a un dibujo foto pez. Decidí que debería dar un paso más y hacerlo más geométrico. De modo que el pez pasó a ser un polígono irregular, el ojo un octágono y la gaviota se transformó en una serie de triángulos.


Foto, edición, breve relato y listo para mi página web. A ver si obtengo algún comentario valioso. Mientras tanto continúo pensando como prosigo con la tarea de mejorarlo. Cruzar el límite hacia lo artístico. Aunque ese concepto dependa de una decisión humana.


Se inaugura en la zona el museo de arte moderno Pablo Atchugarry. Asisto como periodista, pero interiormente buscando ideas. Trabajo y placer reunidos.


El texto continúa en mis manos pesando cada día más. Fotografío la maravillosa escritura de Lucía y página a página voy colgándola en distintos rincones de la cabaña que alquilo. Hojas amarillas, supuestamente ecológicas, afirmadas con alfileres. Sirven de base a mi nuevo relato. Escribo hasta tarde, sentado a la salida de la puerta sobre cuyo dintel voy guardando, noche a noche, mi propio escrito. Río de mí mismo, como si fuera un chiste, voy copiando, modificando y agregando una tras otra nuevas percepciones.


El texto está pronto. Temo que alguien, sobre todo ella, pueda notar el plagio. Pero no es tal. Finalmente fueron mis propias ideas las que prevalecieron. Sí me quedó el arranque, parte del tema, el saber que estaba pisando sobre seguro. Me queda también, una alarma que suena y se enciende aleatoriamente, indicándome que no procedí limpio. La caja la devolví por correo junto a una nota inocente.


Llega el día en que voy a publicar el relato. Ansioso me levanto temprano y tanteo encima de la puerta. ¡No hay nada! Ni el lápiz, ni mi block. ¡Nada! Me lo merecía.

*



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