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La pasión de Ahmed- Chelo


Con la misma convicción con la que ingresa a la mezquita, Ahmed entra a la estación de tren, un edificio viejo pintado de color ocre atiborrado de viajeros impacientes. Acostumbrado a la inmensidad del desierto los espacios cerrados y bulliciosos afectan sus nervios, de modo que apretuja el brazo derecho para proteger el paquete que lleva bajo las ropas y la alegría lo invade.

El tren inicia su marcha a las cinco de la tarde en punto con destino a Casablanca. La máquina jalonea su cauda ajustando el trayecto a la inmutable vía que luce como cicatriz imborrable en la superficie árida. Los niños de Marrakech se alzan sobre las puntas de los pies y saltan para despedirse de los pasajeros como si fueran amigos entrañables.

El tren deja atrás la ciudad y los suburbios pobres, es entonces cuando Ahmed arrostra por la ventanilla el atardecer de colores incendiarios en el horizonte. Las imágenes cercanas pasan a gran velocidad, no logra distinguir los rostros de las señoras obstinadas en trabajar la tierra y de las que tironean bestias necias.

En tanto que el paisaje lejano, como la cordillera Atlas de cimas elevadas permanecen inmóviles; del otro lado de esas montañas está el Sahara donde él nació.

Saborea el aroma del pan de pita que ingiere su compañera de asiento, tiene hambre, cierra los ojos para recordar el legendario pan de Yandaq. Por una vereda a las afueras de ese pueblo solía arriar un hato de camellos propiedad de su tío, quien lo aleccionaba en cómo disparar armas al mismo tiempo que lo instruía en los preceptos del Corán, en especial en aquellos versículos susceptibles de torcer para enarbolar la violencia.

Con él también aprendió a leer y escribir que se convirtió en su mejor pasatiempo. También le enseñó los principios básicos y áridos de los números. Pero no fue hasta años después en que Ahmed reparó la forma tan peculiar que su tío planteaba los ejercicios matemáticos; pedía, por ejemplo: encontrar el punto exacto en que un tren cargado de explosivos coincidiera con otro de recorrido inversos. El significado desbordaba su ingenuidad, no así la habilidad para maniobras las bolitas del ábaco.

El sonido de una sirena por alerta de atentado terrorista en el sistema ferroviario lo arranca de sus pensamientos. El tren para y lo aborda una brigada de militares jaloneando sabuesos que buscan posibles artefactos explosivos.

A nada está Ahmed de ocultar el rostro entre sus manos, a cambio resuelve bajar la mirada, desliza el dedo índice por la frente para retirar el sudor en la pequeña franja de piel que le queda por abajo del kufiyya y reza. Es minucioso en el cumplimiento de los rituales religiosos; se encomienda a Alá, la oración le permite mantener la calma, ciñe el brazo derecho al cuerpo para proteger el bulto, es una suerte que los perros olisqueen imperturbables el pan de la señora.

Aunque la brigada es eficiente y realiza la revisión con prontitud, Ahmed teme que no llegue a tiempo para cumplir con su destino y toda la dedicación invertida en elaborar su proyecto que lleva bajo el brazo no sirva de nada.

El ferrocarril llega a la estación de Casablanca, Ahmed baja a los andenes y recorre los pasillos y escalinatas en busca de la sala de espera. Al llegar fija la vista en un quiosco donde está una mujer joven ataviada con hiyab, la reconoce, es ella. Él palpa que el paquete está intacto y acelera el paso notoriamente. Un policía gordo mira su actitud con recelo, inclina el rostro para hablar por el transmisor sujetado al pecho mientras abre la funda de su arma…

Cuatro policías lo rodean y sujetan con firmeza. Los pasajeros gritan aterrados y huyen atropellados. El ruido del alboroto ahoga la orden en voz alta que lanza uno de los policías. Ahmed forcejea y su bulto cae al piso. La joven corre estirando los brazos en dirección de una niña vivaz que ha escapado de la mano protectora de su madre, intenta recoger el bulto envuelto en tela… Ahmed se contorsiona con violencia para liberarse, la niña levanta el envoltorio, y él expulsa un “Nooo” silenciado con violencia por un golpe que recibe en el abdomen.

La niña espantada deja caer el paquete ya desenvuelto y vuelan, como palomas liberadas, hojas sueltas que la bella joven recoge con desesperación. Son las poesías de su hermano Ahmed que la editorial, donde ella trabaja, ha decidido publicar.


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