— Es tarde, no podremos regresar por el camino de la sierra. Mejor pasar el arroyo por el puente colgante.
—¡No quiero, no me gusta!
—Lo prefiero, a perdernos entre enormes piedras y arbustos achaparrados.
—¡Es muy viejo, hace un ruido quejumbroso y se balancea! !Me da miedo!
—Tienes que seguir su ritmo, sin contrariarlo pero avanzando...¡Dame la mano!
El sol declina entre nubes rojizas y el canto del zorzal inunda la quietud del atardecer.
Muy unidos, avanzan por el sinuoso sendero...
Al llegar al umbral, ella desprende su mano y grita:
—¡No puedo! ¡Voy a caer!
*