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LOS MARTINICOS - LABAJOS- (R)


En los pinares del Saler de Valencia hubo un tiempo en que podían encontrarse martinicos. Caracteriza a estos seres pequeños su irrefrenable tendencia a las bromas que provocan desorden y pérdida de objetos en los hogares levantinos. Para no confundirlos con trasgos u otros duendes, basta cosquillearlos con la pluma de un ala de cigüeñuela: serán incapaces de parar de reír.


El pequeño Bertomeu regresaba rápido a su barraca, no quería tropezarse con el Moro Mussa, y repetía sin cesar el sortilegio contra el temible espantaniños. Después de cenar, a la luz de la chimenea, los abuelos valencianos cuentan a los más pequeños cómo, en su infancia, se las vieron y desearon con el Moro Mussa por no haberse portado correctamente. Pudieron librarse gracias a su valor y a la repetición de las palabras mágicas.


—“Ves-te’n, moro Mussa, o moriràs com una puça”. —Sus padres se lo habían advertido: convenía regresar directamente a casa, antes de que la legendaria y vengativa criatura saliera de su cueva para atrapar a los niños traviesos o desobedientes.


—“Ves-te'n, moro Mussa, o moriràs com una puça” —repetía sin cesar Bertomeu.


Inesperadamente, una estrambótica voz sorprendió al crío.


—Espera Bertomeu, queremos jugar contigo. —Al muchacho le costó encontrar al autor de esas palabras, resultó formar parte de un grupo de pequeños frailecillos estrafalarios que estallaban en continuas risas espasmódicas. Asustado, intentó echar a correr, pero alguien le había cambiado los zapatos, el derecho en el pie izquierdo y viceversa. Bertomeu cayó de bruces al suelo golpeándose la nariz.


—No tiene gracia… ¡Ahora veréis! —Los martinicos reían más fuerte, agarrándose los estómagos con los brazos. Cuando Bartomeu quiso ponerse de pie, advirtió demasiado tarde que los cordones de sus zapatos estaban atados entre sí, y se vio nuevamente en el suelo. Ahora los martinicos se revolcaban de la risa, algunos se daban fuertes palmadas en los muslos… Uno llegó a orinarse. Bertomeu se recompuso haciendo ademán de irse.


—Espera, muchacho —dijo uno de ellos— ahora viene lo mejor, es más descacharrante cuando el que recibe la broma es otro, solo queremos divertirnos. Ven, verás…


Se acercaron a la barca Joanot. En ese momento llegaba el pescador, portando unos grandes reteles para la anguila, que cargó en la barca. Cuando Joanot comenzó a remar con fuerza, los duendes comenzaron a reírse, y Bertomeu con ellos: sorprendentemente, los aparejos habían quedado abandonados en la orilla.


—“Rema, rema Juanot… que així ho pescaràs tot”. —Ahora Bertomeu también se golpeaba las rodillas por la risa—. Bueno, lo he pasado bien con vosotros, pero mis padres me esperan.


—¡Una más!¡Una broma más! —Los martinicos saltaban en torno al muchacho, que finalmente cedió. Empujándose unos a otros y haciendo burlas, las gamberras criaturas llegaron a casa de la presumida Vicentica, esta se hallaba frente al tocador con su polvera en la mano. De manera misteriosa, los blancos polvos de arroz se habían tornado en polvos pica pica. De nuevo risas y carcajadas hasta que alguien dijo:


—Ahora sí que es la última. —Y desaparecieron todos dejando a Bertomeu solo en la pinada. Llamó en vano a los martinicos, intentó orientarse para llegar a casa, el sol ya había desaparecido, dejando el bosque sombrío, pronto solo contaría con la luna. El miedo se apoderó de él y comenzó a repetir el sortilegio del moro Mussa:


—“Ves-te’n, Moro Mussa, o moriràs com una puça”, —“Ves-te’n, moro Mussa, o moriràs com una puça”…


Conteniendo las ganas de llorar, caminó rápido por una vereda, cuando a lo lejos distinguió una espectral figura acercándose. Es alta, de rostro oscuro, se cubre la cabeza con una capucha, lleva consigo una serpiente enroscada al torso y le acompaña un gato negro.


Bertomeu cae aterrado de rodillas, tapándose el rostro con las manos gritando atemorizado:


—“Ves-te’n, Moro Mussa, o moriràs com una puça”.


—¡Berto!,¡Berto!... Cálmate, no soy el Moro Mussa. Soy el tío Pep y traigo a tu padre una tartana y un burro para que se pasee.


—¿Pero la cara negra…?


—También traigo carbón a tu padre.

—¿Y la serpiente?


—¿No ves que es una manta morellana?


—¿Y el gato?


—¿Ya no conoces a mi perro Morusso? Los mayores no deberían asustar a los niños con estos cuentos de viejas… Aunque hoy, reconoce que lo mereces. Vamos a casa que tus padres, también deben estar preocupados.


—Es injusto ––se quejó Bertomeu ––a los mayores no les dicen mentiras para asustarlos.


—Te equivocas Berto: todos los días.

*




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