El reloj marca las cinco de la tarde, pero las farolas hace horas que están encendidas. Solo unos pocos valientes se atreven a salir a la calle; el viento azota con fuerza y sus aullidos enmudecen el incesante golpeteo de la lluvia contra la ventana.
Dagný y Elín viven juntas desde hace siete años, dos meses antes de que empezasen los síntomas que las han llevado a esa situación. A Elín le diagnosticaron una enfermedad muy rara que se manifiesta en forma de brotes. Pueden pasar meses de tregua en los que la vida se desarrolla con normalidad. Y sin saber cómo o porqué, regresa. Algunas veces lo hace con tanta fuerza, que el cuerpo de Elín no es capaz de luchar por sí solo, y acaba postrada en una cama del hospital; en otras ocasiones no es más que un dolor de cabeza. Llega y se va; tres días, una semana o medio año. Nadie puede predecirlo, no da señales de aviso, y es imposible de parar.
Están tumbadas en el sofá acurrucadas en un estrecho abrazo. Podría pensarse que toca tarde de chocolate caliente, manta y película; el tiempo islandés de otoño no invita a salir al exterior. Sin embargo, lo que hay en la taza de Elín no huele dulce, debajo que la manta que la envuelve, su cuerpo tirita con fuerza, y la película es solo un ruido de fondo que ninguna de las dos escucha.
Dagný la abraza con cariño, acariciando su pelo con dulzura y dedicándole palabras de amor. La sostiene entre sus brazos, aguantándose las lágrimas, cada vez que las muecas de dolor aparecen en el rostro de su pareja. Se siente impotente por no poder hacer nada que le alivia esa agonía, aunque Elín le ha dicho muchas veces que su sola presencia la reconforta. Sentir sus brazos alrededor de su cuerpo es como un bálsamo que mitiga un poco el sufrimiento, y Dagný se aferra a esa pequeña ayuda que puede brindar, aunque le resulte ridícula e ínfima. Le gustaría hacer mucho más por ella: lo haría todo por ella.
Un suspiro muere en la garganta de Elín cuando una nueva oleada de dolor llega. La siente crecer en el estómago, y se extiende con rapidez sin dejarse un solo rincón. Dagný la aprieta con fuerza, transmitiéndole todo su apoyo y cariño. Igual que lleva haciendo en los últimos siete años, y los que seguirán, porque aunque aquel es un día malo, saben que pasará.
La única opción es aguantar. Mañana será mejor.