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Navidades blancas y negras- Consuelo- (R)


De las blancas me acuerdo, pero no quiero acordarme de la primera más negra. Aquella que faltó mi padre, a la mesa que no hubo...

Eran los años cuarenta y esa festividad se celebraba alegremente por toda mi familia. La tradición sin duda la inició mi abuelo materno.

Por esas fechas era muy típico ver por las calles de la ciudad pandillas de jóvenes formando un grupo coral conocido como “pastorás” vistiendo zamarras, pantalones y zapatos hechos artesanalmente con piel de conejo, cantando villancicos acompañados de guitarras, zambombas y panderetas.

En aquellos años aún no se había implantado la paga extraordinaria de Navidad y muchos gremios de trabajadores, como los carteros, barrenderos, serenos y otros, pasaban por las casas con unas tarjetas felicitando a los vecinos y les pedían el aguinaldo, para comprar lo necesario para la cena familiar.

Los sueldos eran cortos y la clase trabajadora no podía regalar presentes a los niños ni a los familiares en la Navidad. También es verdad que por entonces no había llegado por aquí Papa Noel, pero ni en sueños podíamos creer que pasados los años la gente pudiera dar regalos en la Nochebuena. Esto se quedaba para el que podía darlos, en el día de los Reyes Magos.

Otra tradición era la de montar el Belén en las viviendas particulares, en vez del árbol de Navidad que por aquellos años ni se conocía. A mí me encantaba visitar la casa de mis amigos para verlos, ya que algunos de ellos eran verdaderamente originales y bonitos.

En el diáfano comedor de mí casa, pintado de celeste, había una mesa que se abría para dar cabida a todos los que allí nos reuníamos, un armario de color caoba, que contenía la vajilla y la cristalería y una lámpara de diseño antiguo que iluminaba el salón cuando estaba encendida.

Llegada la hora de la cena de Nochebuena, mi tía Lola, que vivía en el piso primero del edificio familiar, se presentaba toda emperifollada junto con mis primas. Ella no participaba en la elaboración con la disculpa de que mi abuela le daba mejor punto a las comidas. Tampoco la recuerdo haciendo los “borrachuelos”, dulces caseros típicos de esas fechas.

Por el contrario mi madre no se podía arreglar en condiciones para la celebración, porque además le tocaba al fin de la cena, lavar los platos y cacharros que todos habíamos ensuciado, quizás porque ella era la más pequeña de todos los hermanos y tenía asumido el rol que le había tocado vivir; cuidar de su madre. A mi abuela la veo sentada en una silla muy bajita con el mortero entre las piernas, majando con el almirez de bronce los ingredientes necesarios para obtener una extraordinaria salsa.

A la reunión venía también mi tío Juan, hombre ocurrente al que le gustaba cambiar las letras de los villancicos, por otras más picantes que se inventaba. Llegaba con su mujer y mi otro primo, que había sufrido la “polio” y caminaba con ayuda de un aparato ortopédico y un bastón, que utilizaba muchas veces con malas intenciones, como ponerle la zancadilla a cualquier peatón distraído, que aún le pedía disculpas por haber tropezado con él.

El tío Eduardo, que era constructor, primogénito de la familia y continuador de la tradición del abuelo, se presentaba acompañado de su pareja, señora que para no hacer, no hacía ni la comida de él diariamente. Este iba a comer a casa de la abuela, que tenía una especial predilección por este hijo.

La reunión familiar la completábamos mis padres, mis tres hermanos y yo.

Mí otro tío, hermano de mi padre y marido de mi tía Lola, no acudía a esas reuniones familiares porque era una persona de ideología anarquista, al que le fue confiscado su negocio por ayudar a la Cruz Roja Republicana durante la guerra civil.

A todos la comida nos parecía extraordinaria, y al dar cuenta de los dulces y de los licores comenzábamos a cantar villancicos, acompañándonos con el sonido de zambombas, panderetas, almirez, y el ruido característico de una botella de anís vacía, al restregar contra ella una cuchara metálica. Al filo de la media noche, los mayores que querían, acudían a la iglesia para asistir a la Misa del Gallo.

Llegadas estas fechas navideñas de confraternización, me viene a la memoria la imagen de tantas personas queridas, que han pasado por mi vida llenándola de alegría. Para todos ellos, vivos o “ausentes”, mi más cariñoso recuerdo.

*



Imagen: Cortesía Pexels.com - Letra de villancicos (link de acceso aquí )

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