Te marchaste sin decir nada. Es duro en una separación ser el que se queda.
Sentado al piano, acaricio las teclas. Están frías, como tu despedida.
El silencio me acompaña un largo rato, luego unas gotas de lluvia golpean los cristales.
Comienzo a tocar, tratando de seguir el ritmo que marcan las gotas con su repiqueteo, son apenas arpegios inconclusos, sin melodía que los contenga.
De pronto, un acorde fortuito marca la diferencia, me habla de otros días, de sonrisas compartidas.
Cierro los ojos y te veo, llegaste de improviso a un ensayo, caminaste hacia mí, alta, cabello negro una sonrisa compradora y mucha seducción, me dejaste un demo con tus canciones y en un susurro dijiste, por favor escúchelo.
La música va increscendo, mis manos se mueven y sacan una melodía nueva, toda nuestra historia pasa por mi mente envuelta en ella.
El sonido se convierte en un torbellino de sensaciones, va de mi corazón al piano.
La lluvia cesa, afuera todo se detiene. Esta melodía, nuestra melodía, se abre paso a través de los cristales, la voz del piano, cuenta y grita mi dolor.
Luego la calma, solo un intermezzo. De la calle llega el murmullo de la gente y trae algo distinto en su sonido, el juego de la vida retorna.
Tu recuerdo se acoda en el piano, como tantas veces tú lo hicieras.
Pero ahora es otra la canción que suena en mis oídos y sale de mi piano.
Me levanto, sonrío, me sirvo un trago y brindo en silencio con el fantasma del recuerdo.
Cualquier día y en cualquier lugar.
Otro piano sonará por ti.