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Pan de mar (C)- Wanda - (R)



La luna bañaba la noche con su luz a una pequeña isla del pacífico. El reloj de la sala de Marina marcaba las doce de lo noche. Sentada en la puerta de su casa contemplaba a sus vecinos platicar, bailar y a otros disfrutar de algunos besos apasionados cobijados por las sombras de los callejones.


La música tropical llenaba el ambiente y el calor bañaba los cuerpos que al son de las trompetas y los timbales se movían con ritmo sensual.


Marina, aunque muy conocida en el barrio no acostumbraba a unirse a la multitud, desde su puerta contemplaba y disfrutaba a través de ellos la noche, mientras tomaba algunos tragos de una cerveza muy fría.


Los días se sentían largos y lentos en aquella época del año. Los vecinos la saludaban cariñosamente y alguno que otro turista algo embriagado trataba de invitarla a bailar. Esto último le indicaba que era hora de entrar a su casa y descansar.


Muy temprano por la mañana la panadería “Pan de Mar” abría sus puertas. El aroma a pan recién horneado y a café hacían que las personas esperaran con ansias la apertura del local.


El pan de coco era la especialidad y conversar con la hermosa Marina era el deporte de los muchachos de la isla, aunque sabiendo que no podrían conquistar su corazón, el intentarlo se había convertido en un reto. A Marina esto le causaba gracia y sé los permitía.


Un pequeño vestido de tirantes era su vestimenta preferida. Mostraba su piel morena con un brillo que muchos deseaban acariciar y sus ojos negros enamoraban a quienes le veían, ganándose el apodo de “encantadora de hombres”. Muchos la deseaban, pero ella solo amaba y esperaba a uno.


Su amor de infancia se llamaba Armando, amigos de toda la vida, amantes de poco tiempo.


Una vez que se graduaron de la secundaria Armando le confesó a Marina su amor. Por un par de años estuvieron juntos pero el sueño de Armando era irse de aquel pequeño lugar y vivir en el bullicio de la ciudad. Se embarcó y le prometió a su amada que regresaría por ella una vez que tuviera suficiente para formar un hogar.


— Llevaremos el “Pan de Mar” a la ciudad y será la sensación de cualquier lugar. — Le dijo el día que se despidieron. Hablaron de los hijos que tendrían y del amor que, a pesar de la distancia, jamás se enfriará pues había sido creado en el fuego de aquella isla y forjado por la pasión que ambos se tenían.


Juntos disfrutaban de las noches escuchando como Armando acariciaba las teclas del piano, creando melodías que acaloraban a Marina y la rendian al amor.

Hace ya más de dos años que se fue y hasta hoy había recibido cinco postales de diferentes partes del mundo. En cada una de ellas, estaba escrita la frase “pronto estaremos juntos”.


Todas las mañanas se levantaba optimista de volver a ver a su amado, con sus manos amasaba el pan que hornearía ese día, su cocina era una sinfonía de aromas, coco, chocolate, leche, caramelo, nueces, canela. Mientras amasaba recordaba a Armando y bailaba al ritmo de canciones como “Tú si sabes quererme” de Natalia Lafourcade, en un pequeño radio.


Las mujeres de la isla se formaban afuera esperando pacientes las siete de la mañana a que “Pan de mar” abriera sus puertas.


Había adecuado su casa improvisado una pequeña cafetería para los turistas y dependiendo de la cantidad de personas que llegaran, su vecina Juana le ayudaba a atender los clientes, a cambio de algunas reposterías. Marina se sentía culpable por el sobrepeso de la pobre Juana, pero le había ofrecido pago en efectivo, pero está prefería unas cuantas bolsas de pan de coco o rosquillas en miel.


Aquella mañana al abrir las puertas, su sonrisa habitual cambio al ver formada en la fila a la mamá de Armando que la miraba nerviosa. Salió corriendo al ver que llevaba una postal en la mano. Al tenerla de frente la anciana la abrazo, le entregó la postal viéndola con ojos húmedos y con un murmullo le dijo, — lo siento.


Marina observó la postal, en ella estaba la imagen de un barco que se perdía al horizonte, en la parte de atrás unas cuantas palabras decían, “No regresaré, no me esperes más. Armando”.


Aquella noche sentada en la puerta de su casa observando a los lugareños disfrutar de la música, con lágrimas en los ojos se levantó y se les unió.


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