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Cuando apenas abrían el banco, ingresaron y sometieron con sus armas a los clientes y a los empleados. Raparon las cajas, los bolsillos de los parroquianos y la bóveda. Salieron de manera acelerada y partieron en un vehículo de alto cilindraje. No dejaron rastro. Ni la operación candado de la policía posibilitó la captura,
Se instalaron en una finca en las afueras de la ciudad, con el acceso por un sendero escarpado. Eso los hacía sentir seguros. En una pieza con puertas reforzadas en acero guardaron el alijo. La cerradura tenía clave, solo la conocía el jefe. Esa noche mientras cuatro de ellos bebían, uno montaba guardia. El sobrevuelo de un helicóptero los puso alerta. Pasó raudo y siguieron con la juerga.
Un capitán de la policía, ducho en resolver asaltos bancarios, se encargó de la investigación. En sus pesquisas no encontraron huellas de los asaltantes. Intentaron obtener retratos hablados, pero solo pudieron definir sus contexturas físicas, sus rostros los llevaban cubiertos con pasamontañas. La pista más clara era la descripción del vehículo y que se trataba de cinco hombres.
Las asperezas no se hicieron esperar entre la banda, cuando el jefe propuso dejar pasar un tiempo para repartirse el dinero. Los demás lo querían ya. Planteó también que debían dispersarse para evitar sospechas entre los campesinos de la zona. Con gritos se opusieron y dieron a entender que los quería robar.
En la televisión se publicaron los retratos hablados, sin detalles de los rostros y una foto de un vehículo similar al utilizado en el atraco. Se puso una recompensa para quién diera pistas que condujeran a las autoridades al sitio donde se ocultaban los atracadores.
Los víveres comenzaron a escasear y se vieron obligados a salir para aprovisionarse. Encargaron de la compra al jefe acompañado por uno de ellos. Marcharon a pie, porque el vehículo era una de las pistas de la policía. Los campesinos que se cruzaron en el camino los miraban esquivos. Otro tanto sucedió con el dueño de la tienda.
—¿Ustedes son nuevos por aquí? —su voz sonaba recelosa.
—Sí, acabamos de comprar una finca y apenas la estamos aperando —respondió el jefe con voz segura.
—¿Y cuál finca? ¿La de don Venancio? —lo dijo con voz cantarina.
—Sí —respondió con firmeza el jefe.
Empaquetaron la compra y el dueño del establecimiento volvió a preguntar:
—¿Les pido un taxi? Vinieron a pie y esos paquetes siempre pesan.
—No se preocupe, ya nos las arreglaremos —el otro permaneció en silencio.
Cuando salieron, el dueño de la tienda llamó a don Venancio, quería conocer los pormenores de la venta. Se enteró de que la finca no se había vendido. El tendero colgó el teléfono, marcó de nuevo y se comunicó con la policía y les narró lo acontecido.
El capitán Orozco, fue hasta la tienda y escuchó al dueño y a algunos campesinos. Los habían visto caminado desde la finca El Sobregiro, ubicada a cinco kilómetros de la tienda y luego regresar a pie cargando unos paquetes. El tendero le comentó al capitán:
—Hicieron una compra como para muchos días o alimentar a varias personas. Además, dicen haber comprado una finca que no les vendieron.
Los hombres rumiaron de manera nerviosa la conversación con el tendero, mientras caminaban hacia la finca. Al llegar narraron lo sucedido y se encendió una agria discusión. Se fueron a las manos. Esgrimieron algunos revólveres, quedando heridos dos de ellos. Esperaron la noche para sacarlos. Los montaron al vehículo, con el pretexto de llevarlos a un hospital; después de recorrer un largo trecho, abrieron las puertas en plena marcha y los arrojaron a la manga.
El helicóptero volvió a sobrevolar la zona, el capitán Orozco divisó desde lo alto dos cuerpos tirados sobre una llanura. Descendieron y se encontraron con dos hombres, uno muerto y el otro delirando. Ambos tenían heridas de bala. Se acercó al que desvariaba y escuchó con atención:
—Malditos, a mí no me roban. Ya verán, los voy a aventar a la ley —el policía lo interrogó y con la confesión del moribundo confirmó que los hombres que estaban en la finca eran los del robo al banco.
Esa noche se montó el operativo y sin ser descubiertos llegaron hasta la casa. Al derribar la puerta los hombres se atrincheraron y hubo un intercambio de disparos que sacaron de combate a dos de ellos. El jefe se encerró en la pieza donde estaba el dinero. ¨Para atraparlo, como la cerradura no abría, debieron volarla.
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Cierre conteo anual 21/22: Corazones: 3, Comentaristas: 7
Se ha realizado el conteo del mes de febrero, 2022.
A nuestro compañero se le han otorgado DOS CORAZONES, por su relato.
Espero que estos hayan sido otorgados por sus compañeros con lecturas obligadas. Recuerden que a partir de este mes se están implementando las insignias, y es requisito obligatorio para las lecturas que son de ese carácter, el resto de lecturas al igual que la asignación es voluntaria.
Agradecemos a los que están participando con ello.
Contabilizamos los comentarios de los compañeros recibidos en cada relato y también en las demás entradas correspondientes a este mes.
Hola Lucho, tu historia me ha parecido de forajidos en el oeste: mucha tensión hasta que el al final mueren todos los "malos". Una sugerencia: la frase que cierra el relato, la empezaría con "como la cerradura no abría debieron volarla para atraparlo.
Muchas gracias por tus comentarios en el mío. Un saludo, nos leemos.
hola LUCHO
Buena historia de policías y ladrones
Creo ver que son unos incautos, que después de la pelea volvieran a la misma casa, cuando ya tenían la sospecha del tendero.
El final no queda bien . No tiene nada que ver que para atraparlo la cerradura no abría.
un saludo(7)
Hola Lucho, gracias por pasar por mi relato y dejar tu comentario.
Me gustó mucho tu relato fácil de leer, parece en cierta forma una nota periodística por la forma en que se relatan los hechos. El único error que vi fue en la frase "Ni la operación candado de la policía posibilitó la captura," que terminas con una coma, me imagino fue error de dedo y era un punto.
Saludos
Wanda Reyes