—¡Voy a caer!
—¿Por qué dices eso?
—Ella me coquetea y no resisto sus encantos.
—Pero eres un hombre feliz en tu hogar.
—Pero su cuerpo, el contoneo de sus caderas, me tiene embobado.
—Tienes que despertar, eso no es lo único que uno persigue en una mujer.
—Soy consciente de ello, pero su belleza y sensualidad me cautivan.
—Debes tener presente que esas cosas son efímeras, hay que mirar un poco más allá.
—Yo lo sé, pero es irrefrenable lo que siento. Podría ser su esclavo.
—Sabes que los años pasan y lo físico se va deteriorando y después ¿qué queda?
—Son preguntas que me hago a cada momento, pero la veo pasar y todas esas respuestas que me doy se diluyen. Mis ojos la siguen como los de un poseso.
—No sería bueno que te dieras un tiempo, antes de cometer una locura, antes de destruir lo que durante tantos años has venido construyendo, una familia estable, donde recibes amor y comprensión.
—Me siento como Adán frente al árbol de manzanas prohibidas, me la ofrecen y soy atraído con fuerza hacia eso que yo sé, es el pecado, el derrumbe de todo. Eso está claro, pero hay un poder que no logro manejar.
—Debes tener en cuenta que ya eres una persona mayor, tienes cincuenta y cinco años y ella tan solo veintiséis, esas diferencias tienen una gran incidencia en la relación, cuando se constituye.
—Soy consciente de eso, puedo ser el papá o el abuelo de esa mujer, pero ya sabre como manejar esa situación.
—No es fácil. Analiza tus gustos y los de ella: la música que te emociona, las películas que ves, los libros que lees, las diversiones que disfrutas, los amigos de cada uno.
—Esas son cosas fáciles de sortear, es algo que se puede manejar de mutuo acuerdo. Es más, algunas de ellas las hemos compartido y no ha habido problema alguno.
—Claro, están en la etapa del enamoramiento, del flirteo. Qué pasará cuando hayan transcurrido los años y la monotonía comience a invadir la relación, cuando los años hayan hecho mella en ese encanto que ahora ves y que se va desvaneciendo con el pasar de los años.
—Yo estaré viejo, mis bríos se los habrá consumido el tiempo y ya seré un viejo que solo quiere disfrutar de un hogar.
—Has dicho la palabra mágica: ¡viejo¡; pero ella tendrá aún muchas energías para querer disfrutar de la vida, para seguir haciendo muchas de las cosas que ahora tu no quieres o estás impedido para realizarlas. Pero hay otro asunto, al que no has dado las respuestas requeridas: los hijos. ¿Te ves criando niños a estas alturas? ¿Tendrás las fuerzas necesarias y la comprensión para responder a las demandas de unos adolescentes, cuando tu ya estarás bordeando los setenta y cinco años?
—Eso lo he tenido presente y de eso hemos hablado. Estamos de acuerdo en que no habrá hijos.
—Me parece bastante egoísta de tu parte, ya tienes dos hijos y por supuesto, ya no consideras que debes tener más. ¿Te has preguntado sobre lo que ella va a sentir más adelante, cuando algo que hace parte de los deseos de la mayoría de las mujeres, sienta que fue truncado por ti?
—Creo que no entiendes de sentimientos y por eso no comprendes lo que estoy sintiendo. Eres mi mejor amigo, te hago esta confidencia y no te quieres enterar de lo que estoy viviendo. Siento un renacer en mi vida. La relación con mi mujer ha llegado a un punto, que ya no disfruto de los momentos que compartimos.
—Te ha nublado esa jovencita y por eso ya no ves lo importante que ha sido para ustedes esa relación que tienen hace veinte años. La pasión te está cegando. Tu compañera es una mujer inteligente, te ha acompañado en momentos felices y aún en las dificultades, Ella te quiere y tu has correspondido durante todo este tiempo a ese amor. ¿Por qué encapricharse ahora y echar todo por un precipicio? ¿Cómo piensas que afectará a tus hijos esta situación?
—Dejemos este asunto ahí. Todas esas inquietudes me las he planteado y tengo las respuestas, pero ahora tengo que irme, me están esperando en un restaurante y no quiero llegar tarde.
*