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SOLIDARIDAD - Vespasiano



Florencio Bienmehuele había mirado el calendario. Era el día 21 de marzo. Así que decidió salir al jardín con el rastrillo para recoger las hojas caídas de los árboles y podar los rosales antes de que llegara el calor. Había estado recluido los dos últimos meses a causa de una gripe que no se curaba nunca, sin poder ejecutar los trabajos que cada año realizaba en su parcela. Pero las fuerzas no le acompañaron y cayó desvanecido en el porche de su casa.


Sin embargo su vecina Valentina, se había metido debajo de la cama llorando amargamente. Según las noticias, el alto índice de polen que iba a sobrevolar la atmósfera, contaminándola, sería de órdago y consecuentemente afectaría a todas aquellas personas que como ella eran alérgicas. Llevaba encerrada en su casa más de veinte días amenazada por ese virus maldito, rayando en el desconsuelo. Pero a pesar de la prohibición existente de salir a la calle, necesitaba ir hasta la farmacia para comprar un antihistamínico.


Esto fue lo que le salvó la vida...


Durante el traslado hasta el hospital más cercano, inconsciente y febril, Bienmehuele se veía distorsionado entre brumas, removiendo la tierra con la azada para arrancar las malas hierbas que habían crecido por la pequeña pradera.


En el hospital entubado hasta las cejas, desvariando muchos días, estuvo empeñado en ir quitando una a una las hojas quemadas de los rosales, y otras veces en ir esparciendo mantillo por el terreno para dar fuerza y vigor a los árboles y al césped. Casi sin darse cuenta había llegado hasta el límite de su parcela, colindante con la de aquella vecina bonita, pero engreída, con la que había tenido algún que otro encontronazo: “¿Se habrá visto cosa igual? ¡Digo! ¡Entrometerse para saber qué tipo de plantas estaba sembrando en la linde del terreno! ¡Qué culpa tengo de que sea alérgica a no sé qué!... ¡Que se vaya a la mierda.”


Bienmehuele estaba recibiendo un tratamiento adecuado y la fiebre había disminuido. Aquella noche, respirando más tranquilo, su subconsciente le llevó nuevamente a cuidar de su jardín cuando de pronto escuchó:

“¡Socorro, sacadme de aquí!” La voz no le pareció muy natural, aunque las palabras las había oído con bastante claridad. Intrigado se aproximó hasta una caja medio escondida entre unos setos de la cual creyó salía aquella súplica. Cuál no fue su sorpresa cuando vio dentro de ella, un grillo que intentaba trepar por sus paredes sin conseguirlo.


Estupefacto, lo tomó entre sus dedos y lo sacó de allí.


—¡Gracias señor! —Le dijo el pobre insecto—. Soy Pepito Grillo... ¡Sí, sí, no se asombre! ¡Soy la conciencia de Pinocho! Llevo más de cien años buscando un alma caritativa que me adopte. ¡Mi existencia ha sido muy desgraciada desde entonces!... Muchísimas personas se han impresionado cuando me han escuchado hablar y me han tirado, atemorizados, a la basura... Pero yo puedo ayudar a quien me acoja, dándole consejos y guiándole por el buen camino, para que no tengan nunca la tentación de delinquir...


Bienmehuele no se lo pensó dos veces; dejando sus herramientas de trabajo corrió hacia el Parlamento y se lo entregó al Presidente del Gobierno diciéndole:

—¡Excelencia, por favor! Vaya rotando este grillo entre sus ministros, a ver si consigue que el dinero que se esfuma cada año de los Presupuestos Generales del Estado, se pueda emplear en Investigación Científica...


Al cabo de algunos días Bienmehuele fue dado de alta.


Al llegar a su casa miraba extasiado los brotes nuevos de la higuera y se asombraba de que algunos bulbos que él creía malogrados hubieran renacido y comenzaran a florecer. También se admiró al ver que las heladas no hubieran quemado las hojas de las calas, cuya flor a él tanto le gustaba, y que había protegido cubriéndolas con plásticos a modo de invernadero. Vio con orgullo como el limonero sobrevivía gracias a sus cuidados y a su terquedad por mantenerlo enhiesto en un clima tan poco propicio para este tipo de árboles.


Plenamente confiado en vivir, espera seguir disfrutando cada día de la floración del cerezo que tanta belleza tiene, o la del melocotonero con sus pequeñas hojas rosadas parecidas a las del almendro antes de que estos árboles, den sus frutos tan sabrosos.


En el porche, Bienmehuele recordó la angustia padecida y decidió: “¡Mañana será mejor!... Arrancaré del terreno todas las plantas que le producen trastornos a mi vecina... ¿Y quién sabe si es simpática? ¡A lo mejor hasta acabo enamorándome de ella!”

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