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Solo ante el peligro- Verso Suelto

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Cuando estaba a punto de abalanzarse sobre su cuello, el rugido del tigre, diáfano y atronador, le despertó con un sobresalto. Desde que el ayuntamiento encendía el alumbrado navideño, el mismo sueño se repetía noche tras noche, hasta que llegaban las rebajas. Para Inocencio el tigre era la mismísima Navidad, un animal vanidoso, al que gustaba pavonearse en los escaparates anunciando su llegada con luces y fanfarrias, mostrando su lustrosa apariencia que, sobre todo para los niños, era mágica y jubilosa.

Inocencio se levantó, se duchó y, refunfuñando, se puso traje y corbata pues Don Cosme, su jefe, invitaba a sus empleados a la típica copa navideña.



―¡Alegra esa cara hombre! en vez de en una fiesta parece que estás en un entierro ―le espeta un colega nada más verlo.

―¡Si es que todos los años se repite la misma historia! ―se queja Inocencio aflojándose la corbata―. Va don Cosme y me dice: “¡hombre Fernández, a usted le quería yo ver; acuérdese del balance, ¡para el día 28, eh!; ya sabe, me voy a esquiar y me gusta repasarlo antes de mi vuelta. ¡Ale, ale! ¡tómese una copita!, y disfrute de estos días, pero sin olvidarse del 28, ¡eh!”. Y me da unas palmaditas en la espalda el muy… ¡menuda copita!, ¡cicuta es lo que parece! ¡Y encima lo del tigre!

―¡¿El tigre?!, ¿Qué tigre? ―pregunta el otro extrañado.

―Nada, nada ―Inocencio mira el reloj―. ¡Uy!, que tarde es, perdona chico, pero tengo cita con el médico.

―¡Pero ven aquí…!, no te vayas sin darme un abrazo, ¡menudas prisas!―le estruja mientras le palmea la espalda―, y disfruta de la Navidad que buena falta te hace.



―Doctor tengo una gran ansiedad

―Cuénteme ¿qué le pasa?

―Pues eso, que tengo angustia, depresión... no sé qué es, pero estoy hecho polvo.

―Tranquilo, dígame, ¿qué nota?

―Lo mismo que todos los años por estas fechas, la misma tabarra machacona, y cada año es peor: hasta en sueños me persigue el tigre.

―¡¿Un tigre?!, ¿qué tigre?

―¿Qué tigre va a ser? el de la Navidad. Tengo alucinaciones, pensamientos opresivos, visiones en las que aparece el bicho ese: no sé, es como una obsesión...

―Estrés―le corta―, eso es estrés. Tiene que relajarse; tómese una de estas pastillas después de cenar, le dejarán un poco adormilado. Y sobre todo déjese llevar, no vaya a contracorriente, ¡disfrute!, estamos en fiestas, ¡ale, ale, Feliz Navidad! ―le da unas palmaditas en la espalda.



Al salir de la consulta del galeno, siguiendo su prescripción, Inocencio se sumerge en la Navidad; para ser exactos se sube a un autobús abarrotado de gente que vuelve de El corte Inglés cargada de regalos. Al respirar el escaso cupo de aire que le corresponde percibe un cierto olor a tigre: la fiera debe andar cerca. Una señora le mete una Barbie por el ojo, al tiempo que se le incrusta en el tobillo la puntera del zapato de otro ciudadano al que dedica una mirada asesina y un ¡Feliz Navidad! distorsionado por un ronco pensamiento: “¡ojalá te descuernes, mamonazo!



Ya en casa, los niños le reciben con sus estruendosos artilugios regalos del Black Friday y del Cybermonday, dos parientes del tigre.

―Bueno, contadme, ¿que habéis hecho hoy?

―Ha sido chupi dice Laurita, la abuela nos ha llevado a patinar y después a comer chocolate con churros.

―Y mañana vienen los primos, añade Manolín.

―Por cierto ―interviene su mujer―, mi hermana tambien cenará con nosotros y me ha dicho textualmente “a ver si el sieso de tu marido se estira un poco y compra un cava decente, en lugar de la sidra cutre de todos los años”, ¡así que ya sabes!

―Papi, ¿qué es eso de sieso? ―interviene Manolín.

―Nada hijo, es la forma de hablar de esa arpía.

―¿Arpía?, ¿y qué es arpía?

―¿Eh? ¿he dicho arpía?, se me habrán trastabillado las sílabas, quería decir tu tía.



Inocencio se toma la pastilla, se relaja y se abandona semiinconsciente en una especie de limbo azul celeste en el que los niños juegan, su mujer pone turrón y polvorones en una bandeja y un hermoso tigre avanza hacia él con pasos lentos y majestuosos, enseñando sus enormes fauces. Lleno de serenidad abre los brazos para recibir al felino mientras. Entre músicas suaves, una voz que viene de la cocina le pregunta: ”por cierto, ¿qué te ha dicho el médico?” El pobre hombre, con los colmillos de la bestia a un palmo de su garganta, contesta: nada, ¡que abrace al tigre!

*



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