Dos chicas se sientan cerca de mÃ. Están muy buenas. Incendian el espacio de juventud, alegrÃa y mono biquinis.
Todos los pájaros se ponen de acuerdo y entonan a coro el Be Happy con la misma voz que la de Bob Marley, igualita.
Fuman mucho. Clavan en la arena un cucurucho hediondo cerca de mis sensibles fosas nasales. Una de ellas tiene los pechos tan pegados a la garganta que es imposible tenerlos asÃ, de esa manera. Los llena de protector solar y no tienen el vaivén natural que deberÃan tener, rebotan ligeramente como pelotas de caucho y vuelven a colocarse vecinos al cuello.
¡Qué mala suerte!, algo pegajoso me ha caÃdo en un ojo. ¡Me cago en la puta gaviota!, casi me deja ciego el pajarraco.
Un niño pequeño se come un melocotón que chorrea por sus brazos, por mi toalla y barriga también. Todo lo toca el puñetero, se prueba mis gafas y aletas cien veces el tamaño de sus pies.
—¡Manolito, no molestes al señor!
—DeberÃa meterlo en vereda o en un correccional.
—¿Cómo…?
—Nada, nada… que su niño es muy rico.
Chano, el borrachillo del pueblo, duerme su curda mañanera debajo de la sombra de una barca. El municipal lo despierta con malos modos.
—¡Bi Japi! —le suelta Chano abriendo un ojo etÃlico.
—Va a ser que no —responde el eficiente guardián de la Ley poniéndole una multa por orden del Ayuntamiento, que por lo visto no se puede dormir borracho en la playa; sereno sÃ.