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Voces eólicas - Ocitore



La semana pasada vi un sueño absurdo. De esos en los que el tiempo es una masa suave, maleable y resbalosa. Estaba yo en un lugar alejado de la civilización, a principios de siglo, creo. Era una isla en la que la alegría era un lujo y el trabajo una condición permanente. El cielo del atardecer mostraba manchas de color naranja y las olas rompían con suavidad en la playa. No podía entender por qué la gente tenía un rostro tan severo. Las mujeres torcían la boca y no se les podía uno acercar porque gruñían de inmediato. Hablaban a una distancia moderada para que se les pudiera escuchar. La mayoría se dedicaba a la siembra y los animales. Los terrenos no eran muy extensos y la hierba crecía hasta las faldas de los escasos montes.

Al principio creí estar en un sitio afrodisíaco, sobre todo cuando apareció una chica de piel tostada y pelo castaño largo. Su andar era muy cadencioso, parecía bailar al ritmo del mar. Se despojaba de su vestido gris y su chal y se metía en el agua. La consideraban una loca porque nadaba muy cerca del arrecife, pero nunca, como decían los hombres de las barcas, se había rasguñado. Le tenían miedo. Le decían “Voz del viento”. Se había ido a vivir a la cima del monte más alto. Allí tenía una casa pequeña de adobes hechos con arcilla y paja. Había puesto unas madejas de sus pelos en un bastidor y por las noches de primavera se producía un sonido muy agradable. Según la fuerza con que soplara el aíre, las melodías eran románticas y lentas o rápidas y alarmantes.

Me pareció oír muchas composiciones como la Cabalgata valquirias o Claros de luna, entre muchas otras. Llegué a sentir una alegría inmensa al oír sonar esos cabellos, sin embargo, las mujeres me dijeron que no me acercara mucho, que la música cambiaba conforme uno se acercaba al aparato ese. Veía todas las mañanas la vereda que conducía hasta la pequeña casa y decidí probar suerte. Tuve que luchar contra esos rostros desfigurados por la amenaza. Forcejeé hasta vencerlas y, con la ropa desgarrada, empecé el ascenso. Hacía mucho calor, el sol enceguecía y el mar proyectaba la luz para inundar hasta el último rincón de agua solar. Sabía que pronto saldría la muchacha y se cruzaría en mi camino. Estaba decidido a desposarla. Repetí en voz baja las palabras que diría, pero llegado el momento su belleza me hizo enmudecer.

“¿Qué quieres de mí? —preguntó mientras me estrujaba las manos. No hice más que mirarla y se rió—. No te preocupes, vamos. Te mostraré mi secreto”. Caminamos despacio cogidos de la mano. La música tenía formas de remolino, conos, cubos, cilindros y eran de colores. Me fascinó verlos flotar por el aíre. Entonces oí su voz en mi cabeza. “Son las historias de La Tierra. Has venido a la hora del reposo. Es cuando puedo ir al mar y ver sus sueños”. Creí que todo sería igual de placentero. Bebí vino y probé las uvas que me ofreció. Su cuerpo era como un melocotón tierno y su respiración tibia como un baño salado. “¿No te arrepientes?” —preguntó. La abracé y me aferré a ella como un bebé a su madre. Me advirtió que si no me iba pronto sufriría a la hora del atardecer y correría el riesgo de morir. Estaba perdidamente enamorado de ella y no le hice caso.

Le pedí que se quedara a mi lado en su lecho. Trajo leche y pan, carne y salsa dulce. Comí poco siguiendo sus instrucciones. Luego me dio un brebaje y me encomendé a los dioses. Sonó un trueno en el cielo y el viento comenzó un cántico ensordecedor. Narraba las tragedias de la humanidad. Las masacres de las hordas de Tamerlán, Chinguis Khan, Hitler. Los lamentos eran insoportables. Tomé un cuchillo y me dirigí hacia el arpa eólica que estaba encima de una piedra gris. Empecé a cortas las cuerdas, pero un grito de dolor me dejo tambaleando. Caí al suelo y me quedé inmóvil. Respiraba con dificultad y cuando la chica se acercó me piso y me tiró de la cima. Desde entonces en cada sueño, y en mis estados de somnolencia siento que subo por esa pendiente, llego hasta la piedra y oigo esas voces de ultratumba que me quitan el sosiego. Ahora mismo comienzan a oírse aquí. ¿Las escucháis? ¿Lo veis? ¿Cómo se puede vivir con eso?


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